Noam Chomsky
El libro colectivo Un nuevo mundo de resistencia indígena, recientemente publicado en Estados Unidos (City Lights Books, 2010, 416 pp), incursiona con amplitud en el panorama de las luchas populares en las Américas. A partir de dos amplias entrevistas iniciales con Noam Chomsky, una veintena de dirigentes indígenas y analistas de primer orden elaboran un mosaico inquietante y revelador sobre la región: Jaime Martínez Luna, Fausto Sandoval, Gustavo Esteva, Felipe Quispe, Raúl Zibechi, Luis Macas, Guillermo Chen Morales y Glenabah Martínez, entre otros. El volumen, que cierra con una entrevista más a Chomsky, está a cargo de Lois Meyer y Benjamín Maldonado Alvarado; las tres entrevistas (2004, 2007 y 2009) fueron realizadas por Meyer. Dados su valor y actualidad, hemos seleccionado y traducido las observaciones más notables del lingüista, analista y activista estadunidense sobre nuestro país y la fatídica vecindad con el suyo.
El Estado mexicano resulta ser bastante violento. Y los mexicanos enfrentan ahora un riesgo de terror estatal, algo que nosotros tenemos en menor medida al norte de la frontera. Si bien muchos problemas son parecidos, acá no enfrentamos ese riesgo, no porque dicho terror no pueda existir, sino porque no se compara con lo que hay en México.
Si vemos lo que sucede alrededor del mundo, las guerras más violentas y criminales son en gran parte huella de los esfuerzos de los poderes imperialistas europeos, incluido Estados Unidos, para imponer sistemas de Estado-nación en regiones donde éstos no corresponden a los intereses de sus pobladores. Ello conduce a conflictos violentos. África está desgarrada por esto. India y Pakistán viven al borde de una guerra nuclear. A donde uno voltee, los conflictos mayores son así. Tomen Rusia y Chechenia, o Estados Unidos y México.
No es ningún secreto que Estados Unidos conquistó la mitad de México. Y su frontera, como casi todas las fronteras, era y es completamente artificial, producto de la violencia. Gente básicamente similar vivía en ambos lados, así que era bastante porosa. Muchos iban y venían. Y así siguió en buena medida hasta la llegada del NAFTA (siglas en inglés del Tratado de Libre Comercio de América el Norte, TLCAN). El gobierno de Clinton comprendió que el efecto del Tratado en México iba a ser de milagro económico para un pequeño porcentaje de la población y para los inversionistas estadunidenses, no para la mayoría de los mexicanos, así que se generarían más desplazamientos hacia el norte. En consecuencia militarizó la frontera, preventivamente. Ahora, cientos de mexicanos mueren cada año tratando de traspasar una frontera que solía ser porosa.
Haber seguido el camino del ajuste estructural y las reformas neoliberales llevaría a México al desastre, una década después de la firma del Tratado (con Estados Unidos y Canadá).
Entonces existía la preocupación de que México se moviera en una dirección más independiente. De hecho, el Pentágono realizó una importante conferencia de estrategia, en 1990 o 1991, donde numerosos expertos en América Latina discutieron la región. Concluyeron que las relaciones entre Estados Unidos y México estaban en buenas condiciones. Pero había una nube en el horizonte, dijeron. La llamada “apertura democrática” era una amenaza potencial, pues México podría optar por sus intereses propios en vez de permanecer bajo el control de Estados Unidos. Bueno, hubo una respuesta a eso. La solución se llama TLCAN.
Uno de los principales objetivos el Tratado, y se dijo abiertamente, sólo cito, fue “ponerle candados a México” para que cumpliera con las “reformas”, es decir las reglas neoliberales. Si se consigue encerrar a México en esas reglas mediante un tratado, aún si hubiera “apertura democrática” (esa cosa tan peligrosa), no podrá hacer mucho gracias a los candados. Ésa es la ruta en la que está México. Nada lo obliga a permanecer ahí, pero sigue en eso. Fue concertado y deliberado, y ahora México se encuentra atrapado de un modo que el resto de países no. Y tendrá que zafarse por su cuenta. Puede. Como en el Cono Sur, Argentina logró quitarse de encima al Fondo Monetario Internacional. México no tendría que seguir en el TLCAN. Nunca fue un acuerdo entre la gente de América del Norte. De hecho, la mayoría se opuso. Y los hicieron tragárselo de todos modos, casi en secreto. No sorprende que haya resultado tan dañino para el pueblo trabajador de los tres países.
Uno de los objetivos de Tratado es sacar a la gente de sus tierras. Hay una teoría económica abstracta según la cual México no debería producir maíz. El lugar que lo inventó no debería estarlo cultivando. ¿Por qué? porque los agrobísnes, bien subsidiados, lo producen más barato. En consecuencia, los mexicanos han de trasladarse a las ciudades y buscar trabajos que no existen, y dirigirse entonces a la frontera porque en México no tuvieron modo de sobrevivir. Esto es parte del TLCAN.
Las resistencias populares en México tienen sus propias características específicas. En Estados Unidos es distinto. Una diferencia es que las tribus nativas fueron diezmadas en el norte, mientras que en México prevalecen en gran número. En esto, el país es comparable, tal vez, más con Europa que con Estados Unidos. Pero cada lugar es distinto.
Los tiempos actuales son más esperanzadores que antes para las comunidades indígenas. Y más esperanzadores que nunca en el pasado. El proceso de empujar a la gente a estados nacionales homogéneos ha sido brutal y agresivo. Esto viene de siglos atrás, cuando Europa intentó imponer sistemas así en todas partes. El proceso también ha sido evidente en otros sistemas imperiales, como el de los aztecas. Siempre son agresivos, brutales y violentos, y siempre han encontrado resistencia.
Ésta es la primera vez que existe una significativa solidaridad internacional y popular que nace de las comunidades regionales. El efecto de los zapatistas es el caso clásico que inspira a buena parte del movimiento global por la justicia, y queda en condiciones de establecer una solidaridad mutua.
El libro colectivo Un nuevo mundo de resistencia indígena, recientemente publicado en Estados Unidos (City Lights Books, 2010, 416 pp), incursiona con amplitud en el panorama de las luchas populares en las Américas. A partir de dos amplias entrevistas iniciales con Noam Chomsky, una veintena de dirigentes indígenas y analistas de primer orden elaboran un mosaico inquietante y revelador sobre la región: Jaime Martínez Luna, Fausto Sandoval, Gustavo Esteva, Felipe Quispe, Raúl Zibechi, Luis Macas, Guillermo Chen Morales y Glenabah Martínez, entre otros. El volumen, que cierra con una entrevista más a Chomsky, está a cargo de Lois Meyer y Benjamín Maldonado Alvarado; las tres entrevistas (2004, 2007 y 2009) fueron realizadas por Meyer. Dados su valor y actualidad, hemos seleccionado y traducido las observaciones más notables del lingüista, analista y activista estadunidense sobre nuestro país y la fatídica vecindad con el suyo.
El Estado mexicano resulta ser bastante violento. Y los mexicanos enfrentan ahora un riesgo de terror estatal, algo que nosotros tenemos en menor medida al norte de la frontera. Si bien muchos problemas son parecidos, acá no enfrentamos ese riesgo, no porque dicho terror no pueda existir, sino porque no se compara con lo que hay en México.
Si vemos lo que sucede alrededor del mundo, las guerras más violentas y criminales son en gran parte huella de los esfuerzos de los poderes imperialistas europeos, incluido Estados Unidos, para imponer sistemas de Estado-nación en regiones donde éstos no corresponden a los intereses de sus pobladores. Ello conduce a conflictos violentos. África está desgarrada por esto. India y Pakistán viven al borde de una guerra nuclear. A donde uno voltee, los conflictos mayores son así. Tomen Rusia y Chechenia, o Estados Unidos y México.
No es ningún secreto que Estados Unidos conquistó la mitad de México. Y su frontera, como casi todas las fronteras, era y es completamente artificial, producto de la violencia. Gente básicamente similar vivía en ambos lados, así que era bastante porosa. Muchos iban y venían. Y así siguió en buena medida hasta la llegada del NAFTA (siglas en inglés del Tratado de Libre Comercio de América el Norte, TLCAN). El gobierno de Clinton comprendió que el efecto del Tratado en México iba a ser de milagro económico para un pequeño porcentaje de la población y para los inversionistas estadunidenses, no para la mayoría de los mexicanos, así que se generarían más desplazamientos hacia el norte. En consecuencia militarizó la frontera, preventivamente. Ahora, cientos de mexicanos mueren cada año tratando de traspasar una frontera que solía ser porosa.
Haber seguido el camino del ajuste estructural y las reformas neoliberales llevaría a México al desastre, una década después de la firma del Tratado (con Estados Unidos y Canadá).
Entonces existía la preocupación de que México se moviera en una dirección más independiente. De hecho, el Pentágono realizó una importante conferencia de estrategia, en 1990 o 1991, donde numerosos expertos en América Latina discutieron la región. Concluyeron que las relaciones entre Estados Unidos y México estaban en buenas condiciones. Pero había una nube en el horizonte, dijeron. La llamada “apertura democrática” era una amenaza potencial, pues México podría optar por sus intereses propios en vez de permanecer bajo el control de Estados Unidos. Bueno, hubo una respuesta a eso. La solución se llama TLCAN.
Uno de los principales objetivos el Tratado, y se dijo abiertamente, sólo cito, fue “ponerle candados a México” para que cumpliera con las “reformas”, es decir las reglas neoliberales. Si se consigue encerrar a México en esas reglas mediante un tratado, aún si hubiera “apertura democrática” (esa cosa tan peligrosa), no podrá hacer mucho gracias a los candados. Ésa es la ruta en la que está México. Nada lo obliga a permanecer ahí, pero sigue en eso. Fue concertado y deliberado, y ahora México se encuentra atrapado de un modo que el resto de países no. Y tendrá que zafarse por su cuenta. Puede. Como en el Cono Sur, Argentina logró quitarse de encima al Fondo Monetario Internacional. México no tendría que seguir en el TLCAN. Nunca fue un acuerdo entre la gente de América del Norte. De hecho, la mayoría se opuso. Y los hicieron tragárselo de todos modos, casi en secreto. No sorprende que haya resultado tan dañino para el pueblo trabajador de los tres países.
Uno de los objetivos de Tratado es sacar a la gente de sus tierras. Hay una teoría económica abstracta según la cual México no debería producir maíz. El lugar que lo inventó no debería estarlo cultivando. ¿Por qué? porque los agrobísnes, bien subsidiados, lo producen más barato. En consecuencia, los mexicanos han de trasladarse a las ciudades y buscar trabajos que no existen, y dirigirse entonces a la frontera porque en México no tuvieron modo de sobrevivir. Esto es parte del TLCAN.
Las resistencias populares en México tienen sus propias características específicas. En Estados Unidos es distinto. Una diferencia es que las tribus nativas fueron diezmadas en el norte, mientras que en México prevalecen en gran número. En esto, el país es comparable, tal vez, más con Europa que con Estados Unidos. Pero cada lugar es distinto.
Los tiempos actuales son más esperanzadores que antes para las comunidades indígenas. Y más esperanzadores que nunca en el pasado. El proceso de empujar a la gente a estados nacionales homogéneos ha sido brutal y agresivo. Esto viene de siglos atrás, cuando Europa intentó imponer sistemas así en todas partes. El proceso también ha sido evidente en otros sistemas imperiales, como el de los aztecas. Siempre son agresivos, brutales y violentos, y siempre han encontrado resistencia.
Ésta es la primera vez que existe una significativa solidaridad internacional y popular que nace de las comunidades regionales. El efecto de los zapatistas es el caso clásico que inspira a buena parte del movimiento global por la justicia, y queda en condiciones de establecer una solidaridad mutua.
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