miércoles, 30 de septiembre de 2009

Conmigo vienen

Respuesta sonora acerca de la realidad de lo que ocurre actualmente en Honduras

Refundación de Bolivia

Preámbulo de la nueva Constitución de la República de Bolivia

América profunda

Del 6 al 9 de diciembre nos reunimos en la ciudad de México más de 100 personas, de 36 pueblos diferentes de Argentina, Bolivia, Canadá, Chile, Costa Rica, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Guatemala, India, México, Nueva Zelandia y Perú.

En un Coloquio, un Simposio y un Foro, sostuvimos una conversación libre y abierta para intercambiar ideas, puntos de vista y experiencias, para aprender unos de otros y para criarnos mutuamente.

Tardaremos en saber cuál será el fruto de nuestras conversaciones, que nos interesaron y comprometieron profundamente. Por lo pronto, queremos compartir algunas de nuestras conclusiones y acuerdos.

Nuestras conversaciones se concentraron en los llamados "indígenas". Por eso, los participantes que no entraban en esa clasificación aceptaron que en este documento usáramos la primera persona del plural al compartir lo que dijimos.

PUNTOS DE REFLEXIÓN

Hablamos de lo que somos.

Somos pueblos, cada uno con características singulares, únicas.

Los términos que se usan para hablar de nosotros son ajenos y nos homogeneizan, nos uniforman. Tienden a excluirnos y marginarnos.

Algunos usamos el término "indio", para afirmarnos políticamente; otros lo hemos enterrado. No es un término que todos aceptemos ni puede expresar lo que somos.

No necesitamos buscar una palabra genérica que mezcle superficialmente algunos atributos comunes. Sería otra manera de uniformarnos.

Para hermanarnos, partimos de nuestra realidad como pueblos diversos que tienen distintas posturas.

Al hacer a un lado términos excluyentes y homogeneizadores ajenos, no buscamos otros, nuestros, que podrían llegar a cumplir una función semejante. Lo que estamos haciendo es des-cubrir lo que está ahí, en plenitud. Sin los velos que la cubrían, emerge con claridad la realidad de la América Profunda, con ése u otros nombres. Está formada por todas nuestras raíces comunes y por raíces distintas que se entrelazan y nutren mutuamente. Y al hermanarnos en torno a ellas, encontramos que también las comparten muchas personas y grupos a los que se denomina "mestizos" o simplemente no se consideran "indígenas".

Además, desde la actitud incluyente que nos caracteriza, construimos puentes para entrelazarnos con quienes no comparten esas raíces de la América Profunda, pero pueden compartir con nosotros el propósito de crear un mundo en que quepan muchos mundos, con base en el mutuo respeto y en la búsqueda de la armonía.

Hablamos de lo que tenemos en común

Al explorar nuestras vivencias y actitudes, encontramos que es más lo que nos une que lo que nos separa.

Entre otras muchas cosas, compartimos

* el principio ético de la reciprocidad;

* la confianza en el otro;

* la comunalidad;

* el servicio;

* el cariño;

* criar y dejarse criar;

* la forma de constituir la autoridad, que se gana sirviendo y consiste en servir;

* la sabiduría –que se comparte y es comunitaria;

* la relación respetuosa con la naturaleza, con nuestra Madre Tierra;

* las formas de organización política, que se rigen por el principio de servicio comunitario y de justicia;

* la fiesta, que expresa simultáneamente un espíritu gozozo y el rechazo a la acumulación;

* el respeto a los diferentes, celebrando esas diferencias;

* la noción de propiedad comunal, contraria al afán posesivo individualista, que quiere poseer todo, incluso lo que no se puede poseer, como la Madre Tierra;

* la capacidad de resistencia, de seguir siendo lo que somos a pesar de todas las fuerzas y factores disolventes...

Hablamos de nuestros sueños.

Todos soñamos. Unos sueñan solos. Nosotros soñamos con todos.

En nuestra manera propia de soñar, en que realidades y sueños se confunden e interpenetran unos a otros, hay sueños que aparecen reiteradamente en nuestra realidad:

* Un mundo en que quepan muchos mundos, en que podamos respetar y celebrar la alteridad que nos nutre.

* Nunca más un mundo sin nosotros, nunca más la exclusión de los diferentes en cada sociedad, en cada estado, en todos los continentes.

* Un mundo que reconoce la inconmensurabilidad de ciertos amores y culturas, que pueden reunirse pero no sumarse.

* Poniendo el mundo al revés, si hace falta, para que la liberación nos permita seguir soñando.

* Nuestros sueños ya están soñados y nos indican los caminos por los que hemos de caminar, en vez de tomar prestados sueños de otros.

* Superar resentimientos, odio, rencor. Que el sufrimiento no nos convierta en lo que negamos. No queremos ser vencedores por haber sido vencidos. Mostremos que la diferencia radica en la bondad de nuestros corazones.

* Construir puentes que unan todos nuestros sueños.

* Asumir responsablemente los sueños, que están vivos y nos comprometen con el pasado y el futuro, con antepasados y descendientes; si no los cuidamos, nuestros sueños pueden convertirse en pesadillas.

* Soñar con un futuro como nos da la gana.

Hablamos del sentido de nuestras luchas.

Para unos, no se trata de lucha, sino de entender que el conflicto es parte de la vida. En vez de caer en la tramposa dualidad paz o guerra, pasividad o confrontación, necesitamos buscar cómo restablecer la armonía. Para otros existen numerosas luchas. Otros más, la reducen a una sola.

En todo caso, nuestro empeño es cósmico. Trata del ser, de la existencia, de la espiritualidad, caminando nuestros propios caminos. Buscamos ser, no tener. El tener se acaba, el ser no.

Algunos buscan el poder, con distintos motivos y razones. Quieren, por ejemplo, combatir la opresión de los poderes establecidos y acceder a ellos, a fin de realizar desde ahí cambios necesarios.

El sentido de lo que buscamos puede resumirse en la propuesta zapatista: "Para todos todo, nada para nosotros". Que se mande obedeciendo. Que se busque el servicio, en vez del poder. Que encontremos el camino en que podamos hermanarnos con todos.

Dicen los zapatistas: "Todo mundo busca el poder. Nosotros somos los únicos que no buscamos el poder. Queremos evitar el poder. Una sociedad justa sería una sociedad en la que nadie estuviera dominado por el afán de poder. Este es nuestro delirio. No es aceptable. Pero este delirio es el delirio que da sentido a nuestra lucha".

Por lo que escuchamos en nuestras conversaciones, parece que muchos compartimos ese delirio. Vemos una vida no sujeta al poder, cuyo fin es la realización de sí misma. Vemos el "poder" como no dominación. Y no dominación significa servicio. Comprendemos la vida como servicio. Quien sirve, sirve al otro. El sentido de la vida está en el otro. Así se forma el nosotros. El único poder que restaría sería el de la vida que se explaya en la comunidad. Evitar el poder es apostar por la vida de la comunidad.

Con relaciones mediadas por el respeto y la tolerancia, queremos que resplandezca en nuestros rostros la dignidad.

Hablamos de la buena vida

Nos preguntamos en qué consiste estar y sentirse bien. Tenemos nuestras propias ideas de la buena vida, que contrastan con las nociones dominantes.

Vivir bien es recuperar la palabra, tener nuevamente contacto con la tierra y con el mar, de donde viene la palabra. Con la palabra, la realidad cósmica se hace presente en nosotros.

La buena vida es mantener una relación íntima y respetuosa con la Madre Tierra. Es velar por la familia, los vecinos, la comunidad. Es respetar a la mujer, a los hijos, a los ancianos. Es vivir en comunión con todos ellos. Es respetar y ser respetado. Es vivir en libertad. Y es de naturaleza espiritual.

Nuestra vida es buena, pero no tanto como antes. Necesitamos recuperar lo que se nos ha quitado.

Nos quita la buena vida la modernización, con el pretexto de buscar el bienestar. La cultura del dinero y el mercado socavan la buena vida. Nos crean continuamente necesidades, que son el enemigo de la buena vida. Los países más necesitados son los ricos, los que se dicen avanzados. Ahí necesitan todo.

Lo que hace el desarrollo es muy triste. Sólo va dejando ruinas a su paso. Son tristes también los derechos humanos. Vienen con muy buenas intenciones, pero son individualistas, no consideran a las comunidades. Reestructuran sus valores, homogeneizándolas.

La buena vida no es tener cosas. No nos sentimos más felices por comprar más.

Quienes vivimos en Estados Unidos, tenemos que reflexionar sobre el malestar de quienes tienen muchas cosas que se les dieron como bienestar. Ahí también se sufre la globalización. No tenemos una buena vida. Nuestra dieta es triste y ni sabemos de dónde viene. Somos víctimas de esas nociones dominantes de la buena vida, pero también sus cómplices. Por eso miles de nosotros nos esforzamos por forjar otras ideas de la buena vida y recrear la comunidad.

En general, las sociedades occidentales generan un extrañamiento de la naturaleza que sólo produce desequilibrios y permanente insatisfacción.

Hay en Estados Unidos un árbol que rompe todas las veredas. Nosotros, la gente de la tierra, también rompemos las que nos han impuesto, las que nos obligan a transitar, para caminar otra vez por las nuestras.

Hablamos de la convivencia

Para convivir, necesitamos salir de las prisiones en que quiere atraparnos el individualismo, tocar al otro y empezar a descubrir, dentro de nosotros mismos, lo que tenemos de él y lo que él tiene de nosotros. Para algunos será difícil expresar todo esto en palabras. Hay que dejar que cada quien se descubra y descubra al otro a su manera.

La generosidad y la hospitalidad son los pilares en que se edifica nuestra convivencia.

Frente a las normas verticales dominantes, levantamos la flexibilidad y vitalidad de nuestros sistemas normativos internos, siempre incluyentes.

Convivir es vivir con cariño y comprensión, cuidándonos unos a otros.

Podemos tener desacuerdos y expresarlos vivamente en nuestras conversaciones. No tenemos que estar de acuerdo en todo con todos. No hay derechos ni ideas que deban considerarse universales y generales para todos. Pero esos desacuerdos no deben afectar nuestra convivencia.

Al construir un mundo en que quepan muchos mundos, tenemos que buscar los acuerdos que lo permitan. No todos podrán entenderlos de la misma manera, porque tenemos distintas concepciones del mundo, diferentes sistemas racionales. Pero todos podemos sentirlos y dejar que hable nuestro corazón para entrelazarnos con el otro.

Estamos recuperando el sentido común, el sentido que se tiene en comunidad del que hablan nuestros abuelos. Así podemos vivir en armonía con todo y con todos.

Hablamos del diálogo entre los diferentes

Para dialogar, necesitamos preguntarnos quiénes somos nosotros y quiénes son aquellos a quienes llamamos los otros. Tenemos que aprender a ver el mundo con los ojos de los otros, para que un diálogo dialógico permita traspasar la razón y las ideas hasta tocarnos el corazón.

No puede haber diálogo con jerarquías, unos arriba y otros abajo. El diálogo sólo puede existir cuando todos están en el mismo plano. Necesitamos abrirnos al otro, para aprender de él, desaprendiendo cuanto nos impide entrar en su corazón.

Hay aspectos de la cultura de cada quien que son inaccesibles al otro. Pero podemos construir puentes que nos permitan sentirnos unos a otros.

El diálogo es como un espejo. En los ojos del otro podemos ver nuestras fortalezas y debilidades.

Los gobiernos, como todos los colonizadores, no quieren dialogar. Quieren que todo se hable en su idioma, que es el del poder, de la dominación. No hay diálogo en la desigualdad. Como no escuchan, nunca llegan a entender los significados de cada cosa en las culturas de los pueblos. Por eso nunca cumplen los acuerdos que se ven obligados a firmar.

Sólo en la equidad y en un auténtico espacio intercultural, sin opresión o dominación de una de las partes, puede haber un verdadero diálogo entre culturas.

El diálogo no niega el conflicto. Al contrario. Al reconocerlo inmerso en la vida misma, encuentra formas de diluirlo hasta restablecer la armonía.

El diálogo ha de ser respetuoso y ha de basarse en la confianza, no en la traición.

No están dados los espacios para dialogar, en los que realmente sea posible escuchar. Tenemos que recrearlos. Hay que remover las estructuras de opresión que los mantienen cerrados, pero también las que tenemos en la cabeza y el corazón. Al descolonizarnos, empezaremos a abrir esos espacios.

Hablamos de la transición

No tiene puntos de partida y de llegada. Se ha formado con el creciente descontento con el estado de cosas, cada vez más insoportable, que se siente aunque no se haya definido con precisión lo que ha de surgir.

No aceptamos ya, como si fuera un hecho ineludible, la forma de los estados nacionales, que son estructuras de dominación. Aunque su diseño es relativamente reciente, han envejecido y no dan más de sí. Son incapaces de incorporar en su seno, a plenitud, las reivindicaciones de nuestros pueblos.

No nos satisface la democracia formal. Buscamos opciones que la trasciendan.

Abandonamos ya el espejismo de la modernidad occidental. La sociedad posindustrial está generando una diversidad tecnológica impensable en los modelos prevalecientes, cada vez más agotados. Lo único probable en la incertidumbre que generan es su próxima extinción.

El paso de una situación a otra que actualmente está planteada supone un cambio sustantivo en el papel de los llamados pueblos "indígenas" y en las percepciones sobre ellos. Hasta hace relativamente pocos años, sólo se buscaba disolverlos a través de su "incorporación" económica, social o política. Hoy no es posible negarlos, como se comprueba, con sus particularidades, en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Perú... Pusimos ya en crisis terminal al estado monocultural y racista, a la economía centrada en la homogeneidad mercantil-industrial y a las formas institucionales de hacer política.

Ahora estamos mirando hacia atrás y hacia delante.

En lo político, algunos nos ocupamos de consolidar nuestras autonomías locales, para reconstruir la sociedad desde su base. Otros, como en Bolivia, pensamos que podemos gobernar para todos, trayendo un nuevo aliento al sistema existente.

En lo económico, traemos a la realidad social las formas comunitarias y principios como el de reciprocidad.

En lo institucional, proyectamos generosamente nuestras formas de organización a todas las instituciones, para darles nueva forma.

Al construir nuevas alianzas, afirmados en nuestra autodeterminación y en una nueva esperanza radical, encontramos en nuestras propias raíces la única fuente de auténtica vitalidad para el continente. Nutriendo en ellas el empeño general podemos realizar los cambios que hacen falta, aunque el resultado final sea aún impredecible.

Hemos estado aprendiendo a usar los instrumentos y condiciones de los sistemas políticos actuales, bajo los cuales se está realizando la transición. No existen fórmulas únicas para hacerlo. Pero necesitamos evitar la tentación de persistir en su empleo, lo que sólo prolongaría la agonía del régimen actual. Ponerlos a nuestro servicio no significa quedarse con ellos, sino aprender a sustituirlos por otros. No se trata, por ejemplo, de que se nos permita ejercer nuestra autonomía local a cambio de que el Estado siga gobernando para todos.

Para todo eso, hemos aprendido que lo más importante es nuestra reconciliación interna. Necesitamos tener la audacia de ponernos de acuerdo, reconociendo que nuestros caminos son muy diversos. Que unos negocien con el Estado y otros rechacen todo trato con él no debe llevar a la mutua descalificación.

El descontento que cunde cada vez más puede aumentar el desorden y el autoritarismo prevalecientes. Le estamos dando cauce al traducirlo en rebeldía creativa.

Hablamos del pluralismo radical.

La estructura actual de los estados es totalmente incompatible con nuestras comunidades.

La multiculturalidad implica tolerancia, pero no respeto. Tenemos que ir más allá de la tolerancia y multiculturalidad hacía el respeto. El multiculturalismo es una política para neutralizar a todos los que son diferentes porque acepta lo superficial, pero se niega a tocar lo profundo, que en la modernidad occidental es la economía.

Nuestro pluralismo radical consiste en resistir en nuestras vivencias y maneras de ser y al mismo tiempo respetar otras maneras de vivir, abriéndonos hospitalariamente al otro.

Dialogamos entre todos. Lo hacemos con el corazón, en contraste con "Occidente", que no ha aprendido a hacerlo. "Occidente" no es una cuestión geográfica. Ya está dentro de nosotros. El dialogo también toma lugar dentro de cada uno.

Hablamos de los acuerdos.

Para nosotros, los acuerdos son la ley. Si nos ponemos de acuerdo y lo expresamos en palabras, hay que cumplirlas.

Los gobiernos y muchos "occidentales" se comprometen continuamente en las palabras y estampan su firma en pomposos documentos. Pero no cumplen. No honran su palabra. No creen en ella.

Cuando logramos acuerdos, aunque sean mínimos, caminamos con más fuerza. Ahora lo hacemos juntos.

Hablamos de democracia.

Para nosotros, democracia es una manera de vivir. No aceptamos reducirla a los llamados procedimientos democráticos, por muy perfectos que sean – y sabemos que no lo son.

En nuestras comunidades, la democracia implica que la autoridad es servicio. Que hay rotación en los cargos, lo que impide privatizar la función pública. Que construimos con todos nuestros consensos y por eso pueden volverse obligatorios. Y que cuando empleamos la representación, no delegamos el poder en los representantes: simplemente les damos un mandato preciso y siguen bajo nuestro control. Tienen que mandar obedeciendo.

Lo que ahora estamos haciendo es irradiar las diversas formas de nuestras democracias comunitarias a todos nuestros pueblos y naciones y a las sociedades mayores en que vivimos. No pretendemos que todo mundo adopte nuestros comportamientos y que desemboquemos todos en una sola forma. En la variedad estará el gusto. Pero queremos que se arraigue y se generalice el carácter de la democracia, que sólo puede estar en donde la gente está.

Con todo esto estamos ejerciendo a plenitud la soberanía del pueblo, construida desde las comunidades, que ha de preservarse y ejercerse hasta en el desorden de la globalización, que desgarra día tras día las supuestas soberanías de los estados nacionales.

Hemos tomado también dos

PUNTOS DE ACUERDO

PRIMERO. Establecer un servicio que nos permita seguir conversando. Será enteramente descentralizado y abierto. Incluirá

* una actividad editorial, basada en la iniciativa autónoma de las comunidades, desde las que se producirán los materiales escritos que circularemos;

* la extensión de las radios comunitarias, intensificando la interacción entre ellas mediante el intercambio de programas, la crianza mutua y en su caso su enlace;

* el intercambio de videocintas y su empleo como conversación;

* la utilización de todos los medios electrónicos, entre otros.

SEGUNDO. Presentar a nuestras comunidades, pueblos y sociedades un manifiesto que pueda contribuir a la formulación más clara del consenso de los pueblos que actualmente se está formando.

Ciudad de México, 9 de diciembre de 2003.

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