domingo, 18 de julio de 2010

Hago la huelga de hambre por rabia y dignidad, afirma Miguel Ángel Ibarra

Hago la huelga de hambre por rabia y dignidad, afirma Miguel Ángel Ibarra
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Pedro Morales, con su familia, al cumplir 30 días en huelga de hambre en el campamento del SME en el Zócalo capitalinoFoto José Antonio López
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Miguel Ángel Ibarra lleva 80 días en ayunoFoto José Carlo González
Fabiola Martínez
 
Periódico La Jornada
Domingo 18 de julio de 2010, p. 8
Estamos enfrentando a un monstruo; una fuerza que se ríe, se burla y nos quiere aplastar, expresa Miguel Ángel Ibarra al cumplir 80 días en huelga de hambre.
Este electricista de Necaxa, Puebla, donde se afirma que se encuentra la resistencia laboral más contundente de lo que fue Luz y Fuerza del Centro (de 900 trabajadores sólo se liquidaron 30 por ciento), advierte que cualquier desenlace trágico de alguno de los 14 huelguistas que permanecían hasta ayer en el Zócalo capitalino “será responsabilidad exclusiva del presidente Felipe Calderón.
¿Por qué de él? Porque fue quien le quitó el empleo a 44 mil personas. No creo que al momento de emitir el decreto de extinción haya pensado en mis hijos, señala Miguel Ángel, quien tiene 14 años de antigüedad en el empleo y 23 kilogramos menos de los que tenía en abril.
Acostado en el catre del campamento, muestra una foto (de hecho, la presume) en la que está con el torso descubierto y donde mostraba sus voluminosos bíceps.
Casi tres meses después, su cuerpo está disminuido; le cuesta trabajo caminar y se toca a cada rato el estómago y las piernas. Los calambres son una molestia permanente, pero no le importa. Así responde a las preguntas acerca de las razones que lo impulsaron a seguir en esta medida.
A su lado están sus hijos. José Ángel, de 12 años, y Yaira, de seis.
–¿No te da miedo dejarlos?
–No les pedí permiso para hacer esto, sólo les supliqué que me apoyaran. Ellos están preocupados, pero entienden. Entienden que su papá tiene rabia y dignidad. El gobierno nos engañó, se burló. Es un monstruo. Estoy seguro que ni Calderón ni Javier Lozano pensaron en mi futuro y tampoco en el de José Ángel o en el de Yaira, y mucho menos en los compañeros muertos, en los mutilados (por riesgo de trabajo).
Mientras estamos aquí, nuestras familias están viviendo de las despensas que nos regalan; somos gente que no tenemos medios (recursos). Ellos, dice señalando a sus hijos, están comiendo puro arroz y frijoles, así que usted dirá si tengo motivos para estar aquí.
Muchos de mis compañeros –agrega el electricista, reparador de generadores– han salido (el último grupo de cinco dejó el campamento hace una semana); yo vine aquí dispuesto a morir.
Alguien tenía que hacerlo (la huelga de hambre). Esto no es una broma ni una farsa. Estamos con diarrea, calambres y arritmias, pero dispuestos a todo. No vinimos a salir en la foto o a sentirnos héroes. Yo pedí que si me muero, me velen enfrente de la Suprema Corte, de Gobernación o de Los Pinos. Cuando digo que estamos luchando contra un monstruo, sé de lo que hablo, expresa.
En el lado opuesto de la carpa, el ingeniero Cayetano Cabrera, que lleva 84 días en ayuno extremo y tiene 22 kilogramos menos, pregunta qué día es hoy. Sábado, le responde su compañero Adalberto Pérez. En el campamento preocupa el desenlace de los huelguistas, quienes ayer se arrancaron el suero y el oxígeno.
Cayetano colocó una cartulina con la frase: “Jamás me verán de rodillas.
Que no se olvide; el Presidente de la República fue quien botó a 44 mil trabajadores a la calle, sentencia.

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