El Estado inmoral
La guerra de
exterminio contra los pueblos indígenas que ya denunciaban los
zapatistas hace dos décadas no ocurría ni ocurre sólo en Chiapas, sino
en múltiples frentes, tantos como pueblos haya. Esa guerra literal, a
veces lenta, a veces acelerada, no se deja de atizar desde los poderes,
especialmente el gubernamental, pero también las empresas de grandes
avaricia y poderío. Como cada día sucede, no se ve. En territorios que
nadie mira. Sólo aparecen en la tele cuando les cae alguna desgracia o
los visita un presidente. O bajo algún pretexto folclórico. Antes los
crucificaba el sistema con la promesa de desarrollo, ahora con la de
seguridad. Siempre con el empobrecimiento explicable de los pueblos a
los que tan cuantiosa inversión de apoyo se destina.
Todo se conecta. La sangría migratoria es efecto de la pobreza
por ahogo y dominación, y luego la tierra queda mal protegida para
mayor comodidad de empresas extractivas, monopolios agroindustriales y
constructoras. Si los pueblos originarios se organizan para la
resistencia, es labor de Estado hacerles la vida imposible. Se extiende
hace muchos años en sus tierras la plaga de los narcos y la guerra que
arrastran a donde llegan.
Foto: Enrique Carrasco |
En las partes donde las gentes se organizan y saben expandir
la lucha y la hacen regional, eficaz y liberadora. En las partes donde
la población es la que gobierna, que siempre es preferible a que lo
hagan los políticos de un gobierno que lo que planea es desaparecerlos.
En esas partes del país donde la dignidad pone casa y se le abre a la
justicia una puerta, donde la democracia se reinventa y el apego a la
tierra es norma de la vida cada día. Allí, en esas partes precisamente,
se desatan jaurías paramilitares, bandas de secuestro, sicariatos
contra opositores, militarizaciones intensivas. Mismas partes bajo las
que resulta que yacen oros de todo color y tipo, y que para abrirlas al
cielo abierto hace falta despoblarlas.
Pero ah, los programas del gobierno. Que son para llevar
bienestar y desarrollo. Que son apoyos. Que contra el hambre. Que para
combatir “la dispersión”. Que para enseñarles los modales del integrado y
el obediente. Que para fomentar lo que el sistema llama “democracia”
para exclusividad de los partidos políticos, los cuales cumplen
puntuales con su parte en el trato de abuso que se da a las
comunidades. División, desintegración, desconfianza mutua es lo que
cosechan éstas. Compra de firmas y conciencias, miedo y amenazas para
desalentar la desobediencia civil, el debilitamiento de la organización
independiente y las autonomías. La pérdida de territorios y ríos, el
envenenamiento de suelos y manantiales. La mediocridad garantizada por
la educación integracionista (escolar y televisiva). La simulación
sanitaria y de obra pública. El uso indiscriminado de las creencias
religiosas para enmascarar las trampas de la ideología y la propaganda.
Cada pieza desemboca en un mismo objetivo. El efecto buscado se dice en una sola palabra: exterminio.
Se trata de hacerles la resistencia dolorosa, la igualdad
imposible, el despojo un hecho consumado, la solidaridad entre hermanos
un fantasma de pesadilla. Pero a los pueblos —que saben vivir bien si
los dejan, en ello les va la vida y no renuncian a ella—, el poder les
puede seguir invirtiendo cheques, buldóceres y balas. Contra toda
lógica (capitalista occidental) no se doblan y renacen siempre en
Sonora y Campeche, Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Milpa Alta, Chiapas.
Cuánto esfuerzo, cuánta sangre y sacrificio cuesta a los
pueblos existir con dignidad. ¿Se puede ser más inmoral que el Estado
mexicano en su relación con los pueblos originarios?
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