jueves, 16 de agosto de 2012

Javier Sicilia habla en Los Ángeles


Inicio con unos versos de “Not dark yet” de Bob Dylan: “[…] He alcanzado el fondo/ de un mundo lleno de mentiras,/ no estoy buscando nada en los ojos de nadie;/ a veces mi carga es más pesada/ de lo que puedo soportar./ Aún no ha oscurecido, pero no tardará […]”

[…] I’ve been down on the bottom of a World full of lies/ I ain’t looking for nothing in anyone’s eyes/ Sometimes my burden seems more than I can bear/ It’s not dark yet, but it’s getting there […]

Por esa oscuridad que no ha dejado de cernirse en México y en Estados Unidos, y que tiene el rostro de cientos de miles de muertos, desaparecidos, perseguidos, torturados, destazados, desplazados y encarcelados, pido un minuto de silencio.

Hemos llegado, como dice Dylan, al “fondo de un mundo de mentiras”, al fondo de lo que está detrás de una guerra, sobre todo de una guerra tan absurda como la de las drogas. Ese fondo se llama muerte, humillación, comercio ilegal de armas, lavado de dinero, criminalización, corrupción, miedo, horror, cárceles, fortalecimiento del crimen y fortalecimiento de la violencia del Estado; se llama también, por lo mismo, crisis de la democracia, destrucción de las libertades y desprecio por los migrantes. Ese fondo de dolor es también, como lo dice la canción de Dylan, una carga “muy difícil de llevar”.

La carga que llevamos tiene el peso de nuestros muertos, de nuestros desparecidos, de nuestros desplazados, de nuestros migrantes criminalizados y humillados y, en mi caso, el peso del asesinato de un hijo bueno, profesional y deportista, que jamás había probado la droga, y que ha sido víctima inocente, como miles, de esta imbécil guerra.

A pesar de esta tragedia, en vez de no buscar nada en los ojos de nadie, como dice Dylan, hemos llevado esta carga a lo largo de más de un año buscando algo, siempre algo, en los ojos de todos: el consuelo, la justicia y un camino hacia la paz. Lo hemos hecho en México, recorriendo el país y dialogando con todos. Ahora lo hacemos aquí, recorriendo los Estados Unidos y tratando de dialogar con ustedes. Porque si en esta guerra que está oscureciendo todo, México tiene graves responsabilidades, los Estados Unidos también tienen las suyas. Esta guerra se creó aquí hace 40 años, cuando el Presidente Nixon decidió, contra todo sentido de la democracia y olvidando lo que sucedió con la prohibición del alcohol en los años 30, que las drogas no eran un asunto de las libertades, del mercado y del control del Estado, sino un asunto de seguridad nacional que se combate con la violencia.

Desde entonces, para proteger a los 23 millones de consumidores de drogas que hay en Estados Unidos, iniciaron esa guerra que ha destruido a Colombia y que ahora está destruyendo a México, a Centro América y amenaza con destruir también, a mediano plazo, a los Estados Unidos. Es la instalación de la barbarie sobre la civilización, de la violencia sobre la paz, y el triunfo del autoritarismo sobre la democracia.

El fracaso de esta guerra es atroz: los 23 millones de consumidores estadounidenses de droga lejos de disminuir aumentan; en los últimos 5 años, México ha acumulado casi 70 mil muertos, más de 20 mil desaparecidos, más de 250 mil desplazados, cientos de miles de viudas y de huérfanos, y las cifras van en aumento. Las armerías estadounidenses arman mediante un comercio ilegal al crimen organizado y el Plan Mérida legalmente a las fuerzas armadas mexicanas fomentando la guerra. Las cárceles norteamericanas tienen millones de seres humanos encarcelados por consumir droga. Los migrantes son criminalizados de este lado de la frontera y extorsionados o desaparecidos del otro lado, y la tentación de la militarización, de los regímenes policiacos, surge en ambos lados, poniendo en una profunda crisis la democracia y la grandeza de las sociedades abiertas.

“Aún no ha oscurecido” dice la canción de Dylan, pero esta realidad anuncia que pronto caerá la noche, oscura, atroz y más profunda que las sombras que la anuncian. Pero aún no, no todavía, aún no, a pesar, como lo dijimos hace más de un año en el zócalo de la Ciudad de México, de la inconmensurable necesidad, a pesar de todos los sufrimientos, a pesar de este dolor sin nombre, a pesar de la ausencia de paz en creciente progreso, a pesar de la confusión que aumenta, aún no.

La posibilidad de que esa noche no llegue y se instale para siempre depende de ustedes y de nosotros, de los ciudadanos no sólo de México y de Estados Unidos, sino también de Centroamérica y de América Latina.

Si ustedes, pueblo de Estados Unidos, no asumen los equívocos de sus gobiernos —como nosotros estamos asumiendo los del nuestro—, y les eixgen que cambien su política de guerra contra las drogas, que generen un control férreo de las armas que pasan ilegalmente a México, que ataquen drásticamente el lavado de dinero y hagan no sólo una política incluyente y humana con los migrantes, sino una política de reconstitución del tejido social tanto en México como en Centroamérica y en las zonas estadounidenses destrozadas por la miseria, la noche llegará y será absoluta como lo fue en los países donde se instaló el crimen, el autoritarismo y la militarización. Sólo nosotros juntos podemos salvar la democracia amenazada por esta guerra.

El dolor de México, de Centroamérica, de Colombia, de Brasil, no es, como muchos de ustedes creen y algunos medios de comunicación quieren instalar en sus mentes, un asunto de los mexicanos, de los centroamericanos, de los colombianos, de los brasileños. Es un asunto compartido que se origina aquí con una guerra perdida desde el principio por absurda y que ha costado ya demasiado dolor.

Por ello, desde aquí, desde Los Ángeles, desde el estado de California, uno de los rostros más bellos de la democracia, les preguntamos a los ciudadanos de todo Estados Unidos, con las mismas palabras que hace muchos años, durante la atroz guerra de Vietnam, les dirigió el propio Bob Dylan: “¿Cuántas orejas debe de tener un hombre/ antes de que pueda oír gritar a la gente?/ ¿Cuántas muertes serán necesarias/ hasta que comprendan/ que ya ha muerto demasiada gente” (How many ears must one man have/ Before he can hear people cry?/ How many deaths will it take/ till he knows/ That too many people have died?)”

No esperen a que ese dolor los alcance en sus vidas personales para escuchar el grito que nosotros no hemos dejado de proferir; no esperen a que la muerte, que esta guerra ha desatado, llegue a sus vidas, como llegó a las nuestras, para saber que la muerte existe y que hay que detenerla. Este es el momento de cambiar juntos esta política de guerra y salvar la paz, la vida y la democracia.

Concluyo parafraseando unos versos de Bertol Brecht, que en realidad, dicen, son del pastor luterano Martin Niemöller, unos versos que apelan a su conciencia y a su corazón: “Un día humillaron a los colombianos/ y no dije nada/ porque yo no era un colombiano./ Luego destrozaron a los mexicanos/ y no dije nada/ porque yo no era un mexicano./ Un día vinieron por los afroamericanos/ y no dije nada/ porque yo no era un afroamericano./ Luego se metieron con los migrantes/ y no dije nada/ porque yo no era un migrante./ Y cuando un día vinieron por mí/ ya no quedaba nadie para protestar”, ni para detener la guerra ni la muerte, ni para salvar la democracia.

Los Ángeles, California, 13 de agosto de 2012

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