Ricardo Antonio Landa
Madre, la que viene con otras
a buscarnos, a encontrarnos decidida,
no la llorona
que mal se culpa de lo que nos pasa,
sino la sabia indagadora de manos curtidas,
resistentes y chiquitas,
la que tejió la ropa
con que salimos un día de la casa
y la tiñe de blanco nuevamente, reclamando nuestra
vida.
Madre, te queremos crecientemente feroz
para defendernos del látigo de la muerte
que relampaguea contra el mundo.
Tú que llevas la cuenta de nuestras cicatrices,
suma estas que nos hacen y denúncialas.
Estamos entre tinieblas y ráfagas.
Míranos y llévanos a tu seno,
haznos tu sombra consentida,
tu pancarta;
nútrenos el ánimo, con la pasión
de tu grito derrumba la muralla.
Saca nuestra marcha sonámbula de estas celdas,
sacúdenos las pesadillas
y sopla para que se enfríen
los insomnios y por fin se duerma
la tristeza de no vernos.
Preséntanos vivos,
limpios y planchados
con la cálida blancura de tus sueños.
Cuando estemos contigo
siéntate a comer en nuestra mesa,
sonríe viéndonos lavar tu plato
y servirte la sopa de migas
que cocinamos con tu pan interminable.
Mientras, cuéntanos que no estamos lejos
y que bien nos ves
desde donde estás gritando.
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