viernes, 17 de mayo de 2013

El general no lo hizo solo

Por eso, la sentencia de genocidio en contra de Efraín Ríos Montt ha puesto a temblar a ciertos sectores y personas en Guatemala. Si bien, siguiendo una cadena de mando, podemos llegar a la posición más alta de responsabilidad, como sucedió en este caso, también sabemos que un genocidio precisa de múltiples complicidades. Ya lo dijo Alipio Paoletti: “La cuestión del genocidio divide a la sociedad en dos bloques nítidos: por un lado, quienes reclamamos justicia; enfrente, los represores y quienes, conscientemente o no, sirven a su prepotencia”.

CAROLINA ESCOBAR SARTI

Por lo anterior, quiero recuperar la experiencia del genocidio nazi y los juicios de Nüremberg, iniciados en noviembre de 1945 por los aliados, luego de haber concluido la Segunda Guerra Mundial, y finalizados solo nueve meses después. El saldo: 20 nazis condenados por cargos de conspiración, crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.

Aquellos 20 hombres fueron el símbolo de las más cercanas complicidades, de las conciencias perturbadas y la arrogante crueldad de un poder que implicó—además— una amplia complicidad social. Cuando el Führer levantaba la mano, miles gritaban al unísono en la Alemania nazi: “¡Heil Hitler!”, así que tampoco él lo hizo solo. El genocidio nazi, considerado por Daniel Feierstein, “como la articulación de varias modalidades genocidas y, a la vez, como la primera aparición de un nuevo tipo de genocidio”, ha sido denominado por él como “genocidio reorganizador”.

Con ello, Feierstein se refiere a un modo de destrucción y de refundación de las relaciones sociales de una sociedad ya constituida. Algo así como lo que sucedió aquí con los polos de desarrollo, luego de la estrategia de tierra arrasada. En el plan de acción de los Polos de Desarrollo, denominado Plan de Acción de Máxima Prioridad (Acuerdo Gubernativo No. 801-84), se establecen tres etapas de desarrollo: 1a.: Asistencia básica para desplazados. 2a.: De Seguimiento. 3a.: De consolidación. Este es uno de los puntos que más ayuda a calificar un genocidio como tal, dado que las muertes producto de esa práctica social alteraron, por la vía del horror, los modos de relación social de un grupo amplio de la población.

Otras complicidades han sido las que no se ven, las históricas, las de las creencias, que han mantenido en opresión y exclusión a millones de guatemaltecos/as por décadas. Complicidades entre algunas elites políticas, militares, económicas, académicas y su burocracia de servidumbre, acostumbradas hasta hoy, a inclinar la balanza de la justicia de su lado.

Complicidades que crecen y proliferan en la ignorancia, en la falta de civilidad, en la irracionalidad. Sin embargo, somos cada vez más quienes creemos que la justicia es posible, aun siendo tardía. ¿Se ha hecho justicia, matemáticamente hablando? 50 años por genocidio, 30 por crímenes de guerra... no. No se ha hecho justicia. La cuenta sale a 3.50 h de pena por vida humana y eso, no es justo. Pero comienza a recuperarse un sistema de justicia fatigado, y a cuestionarse de fondo y, ojalá civilizadamente, el modelo que lo ha sostenido, dejando de lado el asesinato como método ejemplarizante. Se ha tocado el corazón de los perpetradores, pero también un modelo de perpetración, porque el general no lo hizo solo.


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