“Tango 01. El martes pasado, no bien me avisaron lo de Hugo, decidí
viajar de inmediato a Caracas. Florencia me acompaña. No podía esperar,
infinita tristeza: nuestro compañero, el amigo de Argentina, había
emprendido la partida. Al menos, eso creí. Llama Evo, pregunta cuándo
viajo: ¡ya! Le noto la voz muy triste. Llama Pepe, pregunta si vamos
juntos. Claro. Viene con su compañera Lucía.
”Llegamos miércoles a la madrugada. Elías Jaua, canciller
venezolano, me avisa que a las 11hs. saldrá el cortejo desde el hospital
rumbo a la Academia Militar, a la que piensan arribar a las 16hs. SU
ACADEMIA. Allí donde cenamos en la Cumbre de países africanos y la
Celac. El acto protocolar para presidentes será el viernes. Le aviso que
en esta ocasión lo mío no es protocolar y me iré el jueves.
”No vine a despedir a un presidente, sino a un compañero y un amigo.
El mejor amigo que tuvo la Argentina cuando todos le soltaron la mano.
Le guste a quien le guste. Pepe me dijo en el avión, cuando viajábamos,
que no recordaba en la historia un gobernante tan generoso.
”Miércoles al mediodía. Veo a Evo acompañando a Hugo, Nicolás y todo
el gobierno en medio de una marea roja y tricolor. ¡Cómo me gustaría
estar ahí! No puedo: el calor, la hipotensión crónica y el médico me lo
prohíben.
”No aguanto más en el hotel, voy a esperarlo a la Academia. Luego de
horas finalmente llega. En la entrada un tumulto indescriptible. Pido
permiso a los soldados y subimos con mi hija a un banco de madera para
verlo llegar. Cuánto dolor. Siento que me alcanzan otros momentos.
Cuando hacemos con Evo, Pepe y Lucía la primera Guardia de Honor del
féretro, no lo miro. Sólo quiero recordarlo vivo. Porque está vivo.
”Lo compruebo definitivamente el jueves por la mañana. Cuando miles y
miles comienzan a acercarse a la capilla ardiente. Niños, mujeres,
hombres, jóvenes, ancianos, discapacitados, soldados, trabajadores,
médicos, docentes, familias. SU VENEZUELA. Algunos lo lloran, lo
saludan, muchos se cuadran, gritan que nunca morirá. Estoy allí, frente a
ellos, me saludan con el puño en el corazón o con un beso, me llaman
por mi nombre, me extienden su mano. No se necesita más para entenderse,
hay un código en común.
”Hombres como Chávez no mueren nunca. Vive y vivirá en cada
venezolano y venezolana que dejó de ser invisible y se tornó
protagonista. Este hombre les abrió la cabeza. Ya nadie se las podrá
cerrar, jamás.
”Antes de partir me acerco y sin mirarlo toco la bandera que está
sobre el féretro. Me despido, por ahora. Nicolás Maduro y Cilia, su
mujer, me acompañan hasta la puerta de la Academia. Miles y miles de
hombres y mujeres que saludan. Otra vez la marea roja y tricolor que
grita. ¡Queremos ver a Chávez!, repiten una y otra vez. ¿No les dije?
Chávez está Vivo. Para siempre.”
Cristina Fernández
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