miércoles, 12 de octubre de 2011

El lodo

Javier Sicilia

MÉXICO, D.F. (Proceso).- En Oaxaca, durante la Caravana de Paz que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad realizó por el sur del país, Gustavo Esteva utilizó una imagen que define muy bien la realidad de México: el lodo, una mezcla de agua y tierra causada por la lluvia. El análogo es exacto: La violencia –esa lluvia que no ha dejado de caer sobre México desde que Felipe Calderón desató la guerra contra el narcotráfico– ha generado un lodo en donde, conforme se acercan las elecciones, que son ya las de la ignominia, las fronteras entre el Estado y el crimen se borran cada vez más para dejar sólo la presencia de una violencia que va llegando, para desgracia de todos, a un punto de no retorno.

Una posible interpretación de este horror podríamos encontrarla en lo que Jean Robert llama la rivalidad que perdió su objeto. “Dos hermanos –ejemplifica Jean Robert– se pelean por una manzana. (Alguien) pasa y se lleva la manzana, pero los hermanos continúan peleando”. A partir de ese momento, la violencia adquiere una espiral desenfrenada. “Cada adversario estará tan fascinado por el otro que olvidará su propio interés.

Observará sus gestos y sus movimientos, tratará de adivinar sus intenciones, se adelantará a sus subterfugios, en síntesis, lo imitará hasta que cada uno se vuelve el espejo del otro”.

Aunque los motivos de la disputa siguen siendo –para trasladar la manzana a la violencia que nos rodea– los objetos que tenemos en común, lo único que en realidad queda, al comenzar a luchar por su posesión, es la violencia sin fin, la lucha desesperada y sin cuartel para evitar que el otro obtenga lo que en medio de la violencia ha dejado de estar.

Esa lógica de agresión y represalia que se ha ido adueñando de México es una forma del mal, tan perversa e insidiosa que los rivales se vuelvan dobles miméticos, es decir, se confunden en el lodo de la violencia y ya no se sabe dónde cada uno de los contendientes empieza y dónde termina. Desaparecido el objeto de la contienda –porque en medio de la violencia los objetos del común se precarizan y sólo queda una lucha por el poder–, la finalidad se vuelve destruir al otro y continuar una violencia sin fin. Si el objeto, el interés o los intereses que desataron la guerra aún estuvieran allí, la guerra habría acabado ya hace mucho tiempo, porque los contendientes “se (habrían dado) cuenta de que continuar peleando causaría a ambos daños mayores que abandonar la pelea”.

La lógica del interés –cuyo sentido original no es el egoísmo que lleva a la disputa, sino el del latín inter-est (estar entre)– implica conciliar, encontrar la paz, aquello que interponiéndose entre los hombres impide que se destruyan entre sí. “Vivir juntos en el mundo –escribe Hannah Arendt al hablar del interés– implica esencialmente que un mundo de objetos se encuentra entre los que tienen ese mundo en común, como una mesa se encuentra entre todos los que se sientan alrededor de ella; el mundo, como todo ‘entre-dos’, relaciona y separa al mismo tiempo a los hombres”.

“El sujeto del verbo interest –continúa Jean Robert– es el mundo común de sus objetos”, el mundo en el que todos participamos. Pelear para poseer y controlar por completo ese mundo es destruirlo, es hacer desaparecer el “entre-nosotros”, que es la trama del tejido social que nos permite cohabitar en el mundo.
La lucha por controlar esos objetos de interés, mediante el poder, ha destruido en México los tejidos sociales y ha instaurado una competencia en donde el Estado, que ya no trabaja para el bien común sino para el control de los mercados, y la delincuencia, que trabaja para apoderarse de todo en función del dinero, han destruido los verdaderos objetos del interés humano y se confunden en un lodo donde mueren terceros inocentes y donde los seres humanos se transforman en cifras, en “daños colaterales”, en objetos manipulables para obtener dinero, o en cuerpos desmembrados que, despreciados y criminalizados, se tiran en fosas comunes.

Porque mezcla lo claro y lo distinto en una masa amorfa y oscura, el lodo en la imaginería humana está asociado con lo que mancha, lo que denigra, lo que pertenece al mundo de lo oscuro y lo diabólico, con un mundo en donde los seres humanos pierden el sentido del interés y de su condición de estar juntos para pelear entre sí. “Ese lodo surge –vuelvo a Robert– en el momento en que los contrincantes (el Estado y la delincuencia) parecen obedecer (…) a una voluntad diabólica. Si el mal diabólico carece de motivaciones, es porque perdió (…) el (verdadero) objeto (del interés, el de los bienes que tenemos en común) y sólo busca la destrucción del otro. Carente de objeto bien definido, la contienda (se vuelve) una locura destructora (un lodo) en que todos los no-contrincantes podemos ser los ‘daños colaterales’”.

Quizá la única manera de detener el horror es que los ciudadanos le demos la espalda a ese lodo y creemos en cada barrio, en cada pueblo, juntas constituyentes de vecinos que reconstruyan sus tejidos sociales y pongan un límite al lodo que las elecciones, esas elecciones de la ignominia, amenazan con hacer más denso, más espeso y más asfixiante.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.

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