Muchos se preguntan qué pasa en Haití, con tantas tragedias seguidas. La pregunta tiene sentido: tras el terremoto, vinieron los huracanes. Ahora, el cólera, que ya mató más de dos mil personas. La respuesta es dura: esto no tiene a ver con la naturaleza sino con la organización social del país. O, para ser más preciso, con la brutal explotación imperialista impuesta sobre Haití.
El país más pobre de las Américas es una especie de laboratorio para el gran capital. Allí se aplica una experiencia de explotación salvaje, en condiciones semejantes a las de la esclavitud, para las multinacionales productoras de textiles. Producir para el mercado de los EEUU (en un país veinte veces más próximo que China), con el tercer salario más bajo del planeta, sin que el estado o la burguesía aseguren ninguna de las condiciones de vida para el proletariado (alimentación, habitación, salud, educación) que fueron conquistadas en otros países en los siglos XIX y XX.
Por eso, la población haitiana no tiene ninguna protección contra terremotos, huracanes o enfermedades como el cólera, ya erradicadas en la mayor parte del mundo. No se trata de una serie de imprevisiones. Ni tampoco de una "maldición divina" para hacer pagar al pueblo haitiano los pecados de la creencia en el vudú, como dicen las sectas protestantes en el país.
Es una opción consciente del gran capital, que aproxima Haití a la barbarie. Si da resultado, será reproducida en otras partes del mundo. Va a presionar también a los trabajadores de toda la América hacia un nuevo nivel muy rebajado, no sólo de salarios, sino de condiciones de vida.
Las multinacionales envueltas (Levi’s, Gap, Wrangler y otras) producen en las zonas francas sin pagar impuestos. Al lado de las regiones industriales, existen grandes favelas (como Citè Soleil, la mayor de Haití) y, ahora, los campamentos de los desamparados del terremoto. Mano de obra abundante, desesperada por un empleo, es la condición básica para aceptar un salario equivalente a 70 dólares mensuales.
Las fábricas textiles tienen poca exigencia de capacitación tecnológica para su mano de obra, lo que hace innecesario invertir en educación pública y formación técnica. Las empresas no pagan un salario que corresponda al valor necesario para la reproducción normal de la mano de obra. Los haitianos pueden morir jóvenes, como los esclavos, porque son mano de obra barata y abundante, fácil de ser sustituida. No existen vacaciones, décimo tercer salario, jubilación, ni ninguna de las conquistas del proletariado de los siglos pasados. Los trabajadores viven al lado de las empresas, pudiendo ir a pie al trabajo. Los barrios no tienen red de cloacas o agua potable, menos aún energía eléctrica.
Todo eso es hecho con la cobertura ideológica de una "acción humanitaria" de "ayuda a los pobres haitianos". El gran dirigente es el ex presidente estadounidense Bill Clinton, quien lidera la Comisión Interina de Reconstrucción de Haití (CIRH), junto con el primer ministro de ese país. Clinton tiene más poder que el presidente o la Minustah. Su lema para Haití "create jobs" (crear empleos) se materializa en la creación de cuarenta zonas francas, que están siendo implementadas. Ni siquiera el terremoto sacudió el plan Clinton, que sigue siendo aplicado.
Centenares de ONGs extranjeras forman parte de este plan, cumpliendo funciones auxiliares no asumidas por el estado haitiano. De tiempo en tiempo, cuando otra tragedia se abate sobre el país, la media muestra la miseria como si fuera otro producto de la naturaleza, y no consecuencia de la explotación capitalista.
Una ideología neocolonial justifica todo eso. El mensaje que las TVs y los gobiernos dan sobre Haití es que es necesaria la ocupación militar y esos planes de ayuda porque los haitianos llevaron su país a un caos completo y no tienen condición de autogobernarse.
Eso es más que una mentira. Es simplemente la reproducción de la ideología colonial y esclavista. En aquellas épocas se embellecía la esclavitud diciendo que los negros no tenían condiciones de hacer otra cosa que no fuera someterse a los blancos.
Quieren borrar de la memoria histórica que, finales del siglo XVII e inicios del XIX, el pueblo haitiano protagonizó una de las más espectaculares revoluciones de todos los tiempos. La única revolución de esclavos de la historia y la primera revolución anticolonial de las Américas. Los haitianos derrotaron a todos los ejércitos dominantes de la época, incluyendo el español, el inglés y el francés de Napoleón.
Los nombres de Toussaint L'Ouverture y Dessalines (líderes de la revolución) están esparcidos por todas las plazas y monumentos del país. El pueblo negro haitiano, tan explotado y oprimido, tiene una historia de la cual se enorgullece hasta hoy. Las continuas ocupaciones militares extranjeras indican que el imperialismo teme que un día ella pueda ser retomada.
Las cicatrices del terremoto
El terremoto mató 250.000 personas, y dejó 1,6 millones de desamparados. Es un número gigantesco para cualquier país. Más aún para Haití, con 10 millones de habitantes. Es cómo si hubieran muerto 1,8 millones de personas en el gran San Pablo y cinco millones en todo el Brasil.
Esto sucedió porque no había ninguna protección para terremotos en la ciudad, y las casas fueron construidas con material de pésima calidad. Además la operación de rescate fue un fracaso monumental.
Los haitianos cuentan que los soldados no se dedicaban a salvar los haitianos enterrados sino a garantizar las bases militares, hoteles y los puntos claves de la ciudad. Una gran operación de la media transformó los poquísimos salvatajes en imágenes mundialmente conocidas, para justificar la importancia de la "ayuda internacional". Sólo 150 personas fueron rescatadas con vida de los destrozos, un fiasco monumental.
En realidad, la "operación de ayuda" encubrió la reocupación militar del país, ahora por parte de tropas de los EEUU. En 2004, el país fue ocupado por tropas de la ONU, que quedaron bajo dirección de las fuerzas armadas brasileñas. Luego después del terremoto, el gobierno de los EEUU reasumió su hegemonía militar, aunque mantuvo formalmente las tropas brasileñas en el mando.
La prioridad nunca fue ayudar al pueblo haitiano sino garantizar la ocupación militar y la explotación económica del país. Las fábricas textiles fueron las primeras a volver a funcionar en Haití, la semana siguiente al terremoto. Incluso con paredes rotas y amenazas de derrumbes. Negocios son negocios.
El terremoto dejó cicatrices profundas en el país. Las más evidentes están en los campamentos de Puerto Príncipe, que ocupan todas las plazas de la ciudad, ahora favelas permanentes. Allí vive en barracas de campaña, sin agua o cloacas, la mayoría de los habitantes de la capital del país.
El cólera fue traído por la Minustah
Está comprobado que fueron las tropas de la Minustah las que trajeron el cólera al país. El propio Ministerio de la Salud de Haití encomendó una investigación al especialista francés Renaud Piarroux sobre el origen de la epidemia. El informe confirmó que fueron los militares nepaleses de la misión de la ONU (de la base de Mirabelais, en el centro del país) los que llevaron la bacteria del cólera a Haití. Tuvieron una actitud típica de tropas de ocupación, para las cuales la vida de los pueblos ocupados no vale nada.
Soldados contaminados evacuaron sus heces en el río Artibonite que cruza todo el norte del país. Para un pueblo que no tiene red de agua el río es una fuente de vida. Allí se bebe, pesca, se toma baño, se lavan las ropas. La contaminación del Artibonite fue un crimen que los haitianos no olvidarán.
El cólera es una enfermedad típica de la miseria. Ella se transmite por la ingestión de agua o alimentos contaminados por las heces de los enfermos. Fue erradicada de los países europeos, a inicio del siglo XX. Sólo existe como epidemia en países y regiones sin redes cloacales. Haití, más aún tras el terremoto, es un “paraíso” para esa enfermedad. Millones de personas amontonadas en campamentos, sin agua ni cañerías. El resultado, hasta ahora: más de cien mil personas contaminadas y más de dos mil muertes.
Otra vez, no hubo ninguna respuesta real al cólera de parte del gobierno haitiano o de las tropas de ocupación. Stefano Zanini, coordinador de la ONG "Médicos sin fronteras", comentó: "Nosotros atendemos 60% de los casos. Otro 30% fueron atendidos por la cooperación cubana. Ahora, aquí va mi pregunta: ¿cómo es que sólo dos instituciones quedan responsables por atender 90% de esa epidemia? ".
La respuesta a esa pregunta es la misma en relación al terremoto. No hube ningún plan serio de combate al cólera porque la muerte de decenas de miles de haitianos no cambia nada para el plan Clinton. Siempre sobrarán otras decenas de miles dispuestos a trabajar por setenta dólares al mes. No es preciso preservar la fuerza de trabajo en Haití, como no era preciso con los esclavos. Se puede conseguir otros sin grandes gastos.
Las epidemias pueden expandirse rápidamente o de forma más lenta, en función de factores de la propia naturaleza. Están informando ahora que la epidemia en Haití comienza a perder fuerza. Si eso es verdad, no tiene nada que ver con la respuesta del gobierno haitiano o de las tropas de ocupación, que nunca existió.
Una chispa de revuelta
La Minustah no cumplió ningún papel en la salvación de vidas tras el terremoto. Tampoco ahora en la epidemia de cólera. No hay conocimiento de ninguna escuela, hospital o red de cloacas construida por las tropas de ocupación "humanitarias".
Esos hechos indiscutibles tienen una explicación. El papel de las tropas no es el de ayudar el pueblo. Esto es sólo una ideología difundida para esconder el papel real de la Minustah, que es el de asegurar la orden para garantizar el plan económico de las multinacionales. Por eso, reprimió la “revuelta del hambre”, en marzo de 2008; la huelga de los obreros textiles, en 2009, y las manifestaciones estudiantiles, el mismo año. También detuvieron personas hambrientas que invadían supermercados tras el terremoto en búsqueda de comida.
Una chispa de revuelta se esparció por el país cuando se supo que los soldados nepaleses trajeron el cólera a Haití. Fuertes manifestaciones en Le Cap (segunda ciudad de Haití) fueron otra vez reprimidas por las tropas, con dos muertos.
Dos días después, 18 de noviembre, en Puerto Príncipe, una movilización contra el cólera también fue reprimida. Los manifestantes enfrentaron a la policía y la hicieron retroceder. Vinieron los soldados de la Minustah, disolvieron el acto y persiguieron a los activistas. Ellos intentaron escapar entrando en una facultad, que también fue invadida por los soldados. Los manifestantes se abrigaron entonces en el campamento frente al palacio presidencial (uno de los mayores del país). Las tropas invadieron el campamento. Ocurrió entonces un hecho simbólico: una parte del campamento se rebeló y enfrentó los soldados de la Minustah. Los haitianos empuñaban ramas de árboles recogidas en las calles. En el culto vudú eso quiere decir que la lucha es hasta la muerte. Los soldados huyeron.
Ese hecho fue todo un símbolo: haitianos, sólo con ramas en sus manos, hacen retroceder a soldados armados hasta los dientes. Una chispa de la revolución de 1804 revivió en las calles de Puerto Príncipe. Los soldados no aparecieron más en las calles de la ciudad hasta el fin del día.
Las movilizaciones no tuvieron continuidad. Pero indicaron que existe un repudio generalizado al gobierno y a la Minustah. Haití puede explotar en cualquier momento.
El fraude electoral garantizado por la Minustah
La ocupación militar hace que las elecciones sean una farsa. El poder real no está en la presidencia de la república sino en los cuarteles y embajadas extranjeras. Para ser preciso, en las embajadas de los EEUU y la del Brasil. El presidente actual, René Préval, es sólo un títere, un muñeco que hace lo que le mandan.
Las elecciones cumplen el papel de buscar canalizar el enorme descontento de la población y sustituir a Préval por un gobierno menos desgastado. Hay diecinueve candidatos, pero ninguno de ellos se opone a la presencia de las tropas. La inscripción de los candidatos obedece la misma lógica de elecciones en una dictadura: sólo puede concursar quién se disponga a asumir los límites definidos por quienes tienen el poder.
Incluso aceptando la ocupación, Wycleff Jean (cantante de hip hop y uno de los más famosos artistas del país) vio rechazada su inscripción electoral. Préval temía que pudiera ganar las elecciones.
El gobierno conduce las elecciones con el objetivo de imponer su nombre preferido: Jude Celestin, actual director de una institución estatal de reconstrucción del país. Conocido como corrupto, Celestin es acusado de desviar 60 millones dólares donados por Francia.
El primer turno, realizado el 28 de noviembre, fue un fraude gigantesco. En primer lugar sólo votó 23% del electorado, indicando la enorme desconfianza de la población con las elecciones. Por los resultados oficiales, pasan al segundo turno Mirlande Manigat (esposa de un ex-presidente depuesto Leslie Manigat) y Jude Celestin. Las denuncias afirman que Michel Martely, otro cantante de hip hop, habría tenido más votos que el candidato del gobierno. Manifestaciones y barricadas tomaron inmediatamente Puerto Príncipe. Las tropas de la Minustah reprimieron a los defensores de Martely e impusieron el fraude electoral.
El segundo turno está marcado para 16 de enero. La lógica impuesta hasta ahora indica un nuevo fraude para imponer el candidato del gobierno. El país puede explotar nuevamente.
Pero si Manigat, candidata de la oposición, acaba siendo electa y toma posesión, nada cambiará en Haití. Como se trata de la elección de un títere, con el poder real en otra parte, el país continuará igual.
Basta recordar que el propio Préval también sufrió un fraude, en 2006, cuando ganó las elecciones. Como era el candidato de Aristides (ex-presidente depuesto por los EEUU), la embajada de este país y la Minustah dejaron correr un fraude para imponer un segundo turno e intentar derrotarlo. Una gigantesca movilización popular impidió el fraude.
Pero la elección de Préval, en un proceso limitado por la ocupación militar, mostró sus límites: el presidente electo pactó con la embajada de los EEUU y se transformó en otro símbolo de la ocupación. Manigat puede repetir la historia, si el gobierno no consigue imponer a Celestin por el fraude.
La verdad sale a la luz
La gigantesca campaña de los medios para justificar la ocupación de Haití ha convencido a la mayoría de los trabajadores y de la juventud del mundo de la necesidad de esa "acción humanitaria". Sin embargo, cuando surgen en los noticieros televisivos de todo el mundo movilizaciones de haitianos enfrentándose con las tropas, eso comienza a venirse abajo. Es lo que puede comenzar a ocurrir a partir de ahora.
La verdad sobre el papel de la Minustah quedó escondida hasta ahora. Las tropas no tuvieron ningún papel humanitario ni antes, ni durante ni después del terremoto. En la epidemia de cólera fue peor: tuvieron un papel determinante... para llevar el cólera a Haití. Ahora, el desfile de horrores quedó completo. Las tropas "humanitarias" imponen un fraude electoral y reprimen los haitianos que protestan contra eso.
Es hora de transformar la solidaridad a Haití en una gran campaña por el inmediato retiro de las tropas de la Minustah del país. Haití no necesita soldados extranjeros. Necesita médicos, enfermeras, auxiliares de salud y remedios.
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