Pablo González Casanova
Mensaje leído con motivo del XL aniversario del Colegio de Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México |
Desde 1968 hasta
hoy los jóvenes revelan ser una nueva categoría en la historia
universal. Es cierto que con anterioridad, en varios países de América
Latina y del mundo, los jóvenes ya habían hecho acto de presencia, como
ocurrió con la famosa reforma universitaria a la que en Córdoba,
Argentina, convocaron los estudiantes. Es cierto también que muchos
héroes de la historia universal, desde la antigüedad, han sido jóvenes;
pero se distinguían como héroes, no como un protagonista genérico de la
historia. En cambio, desde 1968, en París, en Chicago, en México, y hoy
en el Magreb y los países árabes, los movimientos de la juventud están a
la vanguardia de la lucha por otro mundo posible. Están contra la
guerra, están contra las discriminaciones raciales, están contra los
simulacros de democracia o de socialismo que en realidad son dictaduras
de ricos y poderosos apoyados en las fuerzas de seguridad a su servicio,
legitimados por la “clase política” de fingida elección popular o de
partido, y hoy serviles ante las grandes potencias cuyos máximos
dirigentes asumen abiertamente la mentalidad y la criminalidad
colonialista ,--que desde ayer asumieron contra Vietnam, contra Cuba,
contra los afro-americanos, -- y que ahora cada día que pasa,
manifiestan orgullosos, contra los países y los pueblos de la periferia,
y también contra la inmensa mayoría de los jóvenes del mundo entero, de
los jóvenes de las poblaciones marginadas y excluidas, de las clases
medias depauperadas, de los hijos de los trabajadores des-regulados, de
los hijos de los técnicos y profesionales que no tienen educación, ni
empleo, ni esperanza de tenerlos, ni futuro que perder.
Por esas
causas aparece la juventud rebelde desde los años sesenta. Y también
porque desde los años sesenta se empiezan a aplicar las primeras
políticas neoliberales hoy en auge; las políticas que le quitan el
futuro a la juventud, y que enriquecen más que nunca al gran capital.
Porque desde los años sesenta se toman medidas de reducción de los
servicios públicos y sociales que hoy dejan sin escuela, sin trabajo y
sin futuro a la inmensa mayoría de la humanidad, en particular a los
jóvenes y a los niños que son el futuro de la humanidad… Y porque desde
entonces el discurso oficial muestra más y más su falsedad, su falta de
respeto a la palabra, su falta de respeto a las personas, su falta de
respeto a la moral pública, su inmensa capacidad de mentir, su
maquiavélica capacidad de convertir la realidad en escenarios de falsas
luchas en las que se enfrentan unos pueblos contra otros, unas culturas
contra otras, unos jóvenes contra otros, para que pueblos, culturas y
jóvenes se destruyan entre sí, a reserva de destruirlos también con
campañas de odios raciales, de odios religiosos, y con todo tipo de
narcóticos y de armas que les venden a trasmano y que permiten a quienes
los producen y distribuyen hacer inmensos negocios a costa incluso de
su propia juventud, hoy principal consumidora del mundo.
Por
donde se vea las víctimas preferidas son los jóvenes, y como los jóvenes
son quienes más resisten, son también a quienes más enajenan, a quienes
más destruyen, con el escapismo de las drogas, y con bandas
transnacionales de narcotraficantes que los reclutan por las buenas o
por las malas al tiempo que los enfrentan con sus propias comunidades,
con las comunidades a las que antes defendían, así les hacen perder el
sentido de la vida y el sentido de la lucha contra la opresión, contra
la explotación y la exclusión, y los reclutan para juegos de guerra en
que luchan como pandillas de mafiosos por pequeños territorios a cuyos
vecinos les venden “seguridad”, en vez de luchar al lado de sus pueblos y
de su gente por ese otro mundo posible, que hoy corresponde a un
programa de acción y de creación más rico que cualquiera de los
anteriores en los valores que defiende y que apuntan a otra libertad, a
otra justicia, a otra democracia que se construyan desde abajo y con los
de abajo y de las que los campesinos mayas zapatistas son los pioneros,
con muchos otros pueblos de América y del mundo, que traen para el
mundo un proyecto de paz y de libertad, de justicia y de democracia, y a
los que ciega y criminalmente se contesta con ataques y asedios, con
intentos de corrupción y cooptación, como si sus luchas no fueran la más
segura forma de defender la vida en la tierra y ese “buen vivir sin el
mal vivir de nadie” que reclaman los indios de los Andes.
Tal
vez algunos piensen que exagero, cuando todo lo que digo está basado en
investigaciones y trabajos sobre los problemas de la juventud y de los
pobres de la tierra, y sobre la forma en que los atacan, desorientan y
enajenan quienes les temen y quienes en la llamada “sociedad del
conocimiento” imponen las políticas educativas del desconocimiento;
quienes en nombre de la libertad del mercado imponen la desregulación y
el desempleo de los trabajadores, quienes en la educación imponen los
criterios de la privatización del conocimiento y de la transformación de
los educandos en meros instrumentos o robots que les permitan disminuir
riesgos y optimizar utilidades y riquezas.
Tal vez algunos
piensen que me estoy saliendo del tema, porque en realidad supongan que
debo hablar nada más de la educación, pero de la educación estoy
hablando. Y pienso que como jóvenes estudiantes de esta u otra
institución escolar, --o como simples jóvenes ustedes, y nosotros como
profesores no tan jóvenes o muy viejos--, tenemos que plantearnos la
educación del carácter, de la voluntad y la moral de lucha como la base
de cualquier educación.
A mi memoria vienen las cartas del Lord
Chesterfield a su hijo en que le enseña cómo guardar el control de sí
mismo hasta en los momentos más difíciles, y le trasmite varios
pensamientos sobre el arte de vivir, pensar y luchar. Y también a mi
memoria viene aquélla reflexión de un líder de la independencia de un
país asiático que dijo: “Debemos tener músculos de hierro y nervios de
acero”. Y me acerco al sureste mexicano, y recuerdo el discurso de una
comandante zapatista que con su voz dulce y su tono cantado y firme, en
una gran asamblea de la selva lacandona nos dijo: “Lo primero para
conocer es perder el miedo”.
Y, bueno, pues ya que estoy en la
Lacandona, donde hago mis estudios post-doctorales desde 1994 en que me
invitó a acompañarlo en su caminar por los derechos de los pueblos
indios, ese grande obispo que recientemente falleció y que se nombraba
don Samuel Ruiz, y donde me hice adherente zapatista, y donde he
aprendido más de lo que ustedes puedan imaginar… donde aprendí a oír
más, a dialogar más, a pensar y actuar más; donde aprendí a vincular
conocimientos y saberes del aula y del campo, a entender desde abajo y a
la izquierda que “el corazón tiene razones que la razón no comprende” y
que se manifiestan muchas veces en formas no verbales sino de
solidaridad y de apoyo mutuo, y donde advertí cómo seguimos siendo un
país incompleto y que no se reconoce a sí mismo porque no reconoce al
indio, y no se da cuenta de la grandeza del indio y de México, de la
dignidad y la identidad de los pueblos originales, y de la imposibilidad
de que México sea una avanzada del mundo mientras no se entienda que el
proyecto zapatista de emancipación no es sólo un proyecto de
emancipación para los indios de México o de América, sino un proyecto de
emancipación y sobrevivencia para todos los seres humanos que quieran
con la vida hacer real la libertad.
Bueno, pues algo de eso
aprendí y tiene que ver con otros conocimientos que llevo aprendiendo
desde hace ya varias décadas, unos sobre las nuevas ciencias de la
complejidad y las tecnociencias, y otros sobre las humanidades y las
formas en que desde el siglo XVIII se vinculan las luchas por la
cultura, por la independencia, por la justicia y el socialismo, por la
democracia y la libertad.
Y en eso estaba cuando me recordaron
que hace cuarenta años fui a Naucalpan a inaugurar el proyecto de
bachillerato del CCH, y me hicieron pensar en un mensaje que quiero
rasmitirles para terminar un texto que empieza a ser demasiado largo.
Estoy seguro, en primer término, que la educación propia y de los demás
es una lucha actual por el aprender a aprender a pensar, a leer y
escribir, a razonar, a recordar, a experimentar y practicar, lo que
implica un desarrollo del pensamiento crítico, reflexivo y creador, un
amor a la lectura de la poesía y la narrativa, un acercamiento a las
ciencias de la historia y de la sociedad, un conocimiento de las
matemáticas como lenguaje para razonar y hacer ciencias, un conocimiento
de las ciencias experimentales y de la práctica de las utopías, así
como una práctica de los oficios manuales y de los juegos y deportes,
tareas que no son abrumadoras cuando se emprende el aprendizaje como una
actividad vital que no se deja y que se sabe combinar con el trabajo,
la lucha y la fiesta en el aprendizaje de una cultura general y en el
dominio de algunas especialidades y oficios en que se adentra y ejercita
uno más, si no quiere uno reducirse a ser ni un sabelotodo ni un
especialista eficiente pero inculto.
Estoy seguro por otra parte
que en estos cuarenta años las innovaciones de las ciencias y las
tecno-ciencias nos obligan a actualizar muchos de nuestros conocimientos
y a seguir aprendiendo a aprender, a lo que también estamos obligados
si queremos descubrir, con nuestro propio saber y entender, los nuevos y
ricos proyectos de la emancipación humana por los que debemos luchar
sin cejar, a sabiendas de que como maestros tenemos que preparar a la
juventud para entender el mundo y para cambiarlo, y como estudiantes
también.
Estoy seguro que los profesores y estudiantes del CCH y de nuestra Universidad magnifica sabremos cumplir con nuestro deber.
Gracias.
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