Legado de la resistencia.La urgencia de aprender
John Berger
Un anciano muestra al presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, una foto de Carla Bruni, esposa del mandatario, el sábado pasado, antes de la ceremonia para recordar, en Mont-Valerien, el 71 aniversario del llamado desde Londres a resistir contra la ocupación nazi. Foto Reuters
Un veterano francés arriba a la ceremonia por el 71 aniversario del llamado del general Charles de Gaulle para resistir contra la ocupación nazi, el sábado pasado, en Mont-Valerien, cerca de París. Foto Reuters
Comentar sobre la urgencia de aprender y sobre la ignorancia displicente, suena como pregunta en un examen de alguna institución pedagógica. Pero piénsenlo como un título para describir algunos acontecimientos ocurridos el mismo fin de semana. Todo aquí son hechos reales, pero se leen como una fábula.
El viernes 13 de mayo de 2011, hubo luna llena sobre los Alpes franceses. Siendo muy claro el aire, uno podía ver sus cráteres a simple vista. En Nueva York, Dominique Strauss-Kahn, presidente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y probable candidato del Partido Socialista a las elecciones presidenciales francesas, se registró en una suite privada del hotel Sofitel, en Manhattan, algo que cuesta 3 mil dólares la noche.
El sábado 14, llegaron más de mil personas de toda Francia al pequeño poblado de Thorens-Glières, en la Alta Saboya, a participar en lo que se llamó Rendezvous Citoyen (encuentro ciudadano), cuyo propósito era discutir y considerar la historia y las estrategias de la resistencia: la resistencia armada y la resistencia política. Varios veteranos de la Resistencia francesa contra la ocupación alemana hablaron pausadamente de sus experiencias de hace setenta años. No se trataba de lanzar alguna campaña política; más bien, era un encuentro público para reflexionar entre diferentes generaciones acerca de cuál debe ser la conducta y cuáles los medios de protesta al enfrentarnos con algo inaceptable.
Muy temprano en la mañana del domingo 15, cinco mil personas comenzaron a subir, sobre todo en carros, a la Meseta de Glières, situada a una altitud de mil 500 metros por encima del pueblo de Thorens.
Hacía viento y la mañana era fría y nublada. En la meseta hay una escultura enorme en honor de la Resistencia armada francesa que combatió a los nazis, a los italianos fascistas y al gobierno francés colaboracionista de Vichy, entre los años de 1943-1944. La gente hace la peregrinación para visitar este sitio histórico.
El camino a la meseta es largo y angosto, con muchas curvas cerradas como pasador de cabello. Es un territorio agreste (en el sentido geológico): precipicios, cavernas, macizos rocosos. Puede hacernos pensar en las tortuosas veredas de la historia.
La Saboya fue la única parte de Francia que se liberó a sí misma de la ocupación alemana, sin ayuda de tropas externas. Las fuerzas de la Resistencia que lograron esto se configuraron a partir de grupos procedentes de diferentes tendencias políticas y, en su mayor parte, contaban con las armas y municiones que les lanzaban por paracaídas los bombarderos de la RAF a la Meseta de Glières, siendo el general De Gaulle quien dirigía esas entregas desde Londres. Un batallón local de cuatrocientos maquisard* tenía la responsabilidad de hallar y distribuir estas armas. Más de una cuarta parte del batallón no sobrevivió a los mensajes confusos, los malos entendidos, los informantes y la pesada nieve. Muchos hombres fueron torturados antes de ser asesinados por la Milicia, las fuerzas del orden de Vichy. El monumento en cuestión no se relaciona con una fulgurante victoria sino con la recalcitrante determinación de resistir.
Durante el domingo en cuestión hubo algunos breves momentos de sol pero casi todo el tiempo nubes frías de neblina redujeron la visibilidad a algunos cuantos metros y el monumento permaneció invisible.
Junto a un edificio de piedra que sirve como refugio para los esquiadores de fondo y los peregrinos ocasionales se había dispuesto un pequeño podio de madera con un frágil toldo de lona para los oradores que estaban por dirigirse a las cinco mil personas. No era más grande que un teatrito de marionetas. Había dos micrófonos, el toldo aleteaba con el viento, y más allá pusieron unos parlantes en postes altos de cara a la pendiente rocosa por detrás de la gente que había llegado a escuchar y comenzaba a acomodarse, sentada en el pasto con sus rompevientos y anoraks abrochados hasta el cuello. Algunas personas preferían estar más cerca del podio, de pie. Los anoraks eran de muchos colores diferentes; la gente tenía variadas edades.
¿Qué los trajo aquí?
Tras la liberación en 1944, el Consejo Nacional de la Resistencia publicó un documento donde delineaba algunos de los rasgos de la Francia que ahora esperaba ver nacer: un país de seguridad social, de educación libre de altos estándares, servicios públicos de salud, salarios y condiciones laborales garantizadas, una prensa y unos medios independientes del gobierno y las corporaciones.
Entre 1946 y 1952, tras continuos debates y confrontaciones el plan se puso en práctica, más o menos. Francia se volvió un país con cierta justicia social y cierta responsabilidad democrática, y hubo la posibilidad de tener debates continuos, a veces confusos, en torno a cómo mantener o mejorar esta justicia. Eso se mantuvo firme hasta los años ochenta.
Luego comenzó a avanzar, como los cangrejos, el nuevo orden económico de globalización, corporaciones multinacionales y hegemonía del capital financiero, basado en la especulación y la deuda, y cruzando el mundo llegó a Francia. Los partidos políticos de izquierda y derecha intentaron negociar y prevaricaron; después se rindieron. El vocabulario político cambió. De un codazo la flexibilidad desplazó a la solidaridad. La Francia de una cierta justicia y una cierta fraternidad comenzó a desmoronarse y de pronto dejaron de repararla.
Con la elección presidencial de Sarkozy en 2007 cambiaron dramáticamente las perspectivas sociales y económicas. Todo el ardiente, inconexo y desperdiciado establishment de seguridad social y justicia fue desmantelado tan pronto como se pudo. Según Sarkozy y sus asesores, todo lo que proponía este establishment se había vuelto obsoleto.
La mitad de la gente presente en la meseta trajo su paraguas. Pero hubo quien trajo dos. Cuando comenzó a granizar abrieron sus paraguas y le ofrecieron el segundo paraguas a las otras personas, de pie o sentadas, que no traían nada.
John Berger, el 12 de diciembre 2007. Foto Carlos Ramos Mamahua
Durante su campaña electoral, Nicolas Sarkozy realizó una visita muy publicitada a la meseta y anunció que, si era electo presidente, vendría aquí una vez al año a rendirle honores a los héroes de la Resistencia. Y comentó al paso que el lugar tenía un aura de especial
serenidad.
Inmediatamente después de esto, algunos de los miembros sobrevivientes y voceros de la Resistencia en la guerra mundial, junto con activistas sociales más jóvenes, formaron una asociación de la resistencia de ayer y hoy haciendo un llamado a que la gente se juntara en la meseta todos los meses de mayo para expresar su oposición al desmantelamiento de la Francia por la cual luchó la resistencia original.
Es así que esa mañana de domingo llegaron cinco mil personas a estar de pie o sentados en la meseta, escuchando, haciendo preguntas, maravillados.
No había ni estandartes ni consignas pintadas. Tan sólo las palabras, las frases, que salían de los altoparlantes hacia el aire de las montañas y las olas de viento. Cesó la granizada. Por algunos momentos salió un sol tibio. El granizo volvió con pedruscos más grandes. Luego cesó de nuevo. Entre discurso y discurso había una suerte de silencio para escuchar, como los animales cuando se llaman unos a otros y esperan escuchar de dónde proviene la distancia a la que hay que responder.
Las palabras describían experiencias. Walter fue arrestado por los alemanes cuando tenía diecisiete años y lo enviaron al campo de concentración en Dachau. Sus palabras describían la experiencia de recordar a camaradas que nunca regresaron. Las palabras de Jean-Pierre hablaban del trato que hoy reciben en Francia los trabajadores extranjeros sin papeles.
Las palabras de Didier insistían en el precio que las multinacionales le pagan a los campesinos por la leche de sus propias vacas de ordeña y cómo es que se había establecido una cláusula obligatoria en los contratos que les prohibía protestar.
Las palabras de Radia remitían a la tortura interminable que sufren los insurrectos en Túnez a manos de las fuerzas de seguridad que se mantienen en el poder. Todas las palabras, como todos aquellos que las escuchaban, tenían plantados los pies sobre la tierra.
Corine era una cajera de un supermercado en el poblado cercano de Albertville. Estaba ahí con cinco de sus compañeras de trabajo y sus palabras relataban que se estaban negando a trabajar los domingos por la mañana para poder pasar el día con sus niños. Y que esto las ponía en riesgo de ser corridas.
La pregunta que todas las palabras hacían: Cómo podemos decir NO. En la plenitud del tiempo cómo podemos decir NO.
Esa misma tarde en Madrid, en la Puerta del Sol, la plaza comenzó a estar ocupada día y noche por gente joven que protesta contra los brutales recortes en seguridad social impuestos por el gobierno español y por el FMI. Otras ocupaciones siguieron después en otras ciudades españolas. Este movimiento espontáneo de jóvenes recalcitrantes fue conocido de inmediato como M15, en nombre del 15 de mayo.
En Nueva York, muchas horas después, el mismo día, Strauss-Kahn fue conducido a una estación de policía en Harlem. Esposado, lo arrumbaron bajo custodia en espera de ser juzgado. Incontables palabras se han escrito ya acerca de este escándalo. Es muy probable que nunca se ventile con claridad lo que exactamente ocurrió entre él y la mucama en la suite del Sofitel. Y no obstante casi ninguno de quienes han comentado el hecho –sea que apunten a su culpabilidad o su inocencia, sea lo que haya hecho o no– ha resaltado que si tomamos en cuenta el lugar, las circunstancias y el momento histórico, podemos decir que Strauss-Kahn estaba increíblemente desapercibido de las posibles o probables consecuencias de cualquier acto que hubiera hecho. Ignorancia e inocencia son dos cosas totalmente diferentes, pero algunas veces conllevan una expresión facial semejante. Cómo explicar tal displicente ignorancia.
¿Podría decirse que la explicación no es ni moral ni patológica sino ideológica?
El FMI, del cual este señor era director, procede de acuerdo con una sofisticada lógica que es evanescente, que se concentra en lo virtual, en especular sobre los riesgos, en las tendencias y cálculos de la posible rentabilidad, pendiente de la constante pero siempre elusiva confianza de los inversionistas. Para esta visión del mundo tan evanescente, lo que ocurre en el lugar de los hechos, como cualquiera de las formas que asuman los daños colaterales, es incidental y no tiene consecuencias de largo plazo. Hablando en general, de acuerdo con esta lógica, es algo que puede ser ignorado con desdén.
El último orador en la Meseta de Glières era un hombre joven cuyas palabras –estoy seguro que era la primera vez en su vida que tenía que dirigirse a tantas personas– describían la experiencia de trabajar en París y de vivir entre quienes ocupan edificios abandonados.
Terminó su recuento, uno tan modesto como una flor-globo de las que crecen en los Alpes a tal altitud que cuando la recoges y la pones en un vaso de inmediato se inclina para saludarte. Y como frase final repitió lo que había dicho uno de los veteranos:
Crear es resistir, resistir es crear.
Ya no había granizo. Los paraguas se cerraron. El viento traía hielo. Varias personas le ofrecían una pañoleta a cualquiera para cubrirse el rostro. Apagaron la corriente de los altoparlantes. El pasto estaba lodoso. No se resbalen, decía una abuela. Y a su propio tiempo, la gente comenzó a discutir en pequeños grupos lo que habían aprendido. Lo que se aprende de las experiencias en el terreno, en lo real, en el lugar de los hechos.
*Así se le conoce a los miembros de la guerrilla rural francesa de los años cuarenta que, tras negarse a ser reclutados por las fuerzas de Vichy y habiendo escapado de los campos de trabajo forzado, se iban al monte a pelear para expulsar a los invasores alemanes. Literalmente, significa matorral. Los maquisard eran
la gente del matorral.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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