Jesse Jackson *
Cultivo de amapola en Afganistán, donde
entre un tercio y la mitad de la economía es generada por el comercio de opio y heroínaFoto Ap
¿Cómo poner fin a la guerra más larga de Estados Unidos, que es un abyecto fracaso? No, no es Afganistán. Este mes marca el 40 aniversario del día en que Richard Nixon lanzó la
guerra a las drogas. Y ahora, cuatro décadas después, sería imposible inventar un fracaso más completo.
Se ha gastado alrededor de un billón de dólares en esta guerra. Millones de ciudadanos que no representaban una amenaza para nadie han sido encarcelados. Unos 2.3 millones saturan hoy las prisiones de Estados Unidos, 25 por ciento de los cuales han sido arrestados por crímenes no violentos relacionados con las drogas.
Nuestros vecinos del sur –México y Colombia– son arrasados por la violencia de las bandas y la corrupción. En Afganistán, donde nuestros soldados arriesgan la vida, entre un tercio y la mitad de toda la economía es generada por el comercio de opio y heroína. Todo esto ocurre en reacción a actos no violentos que hace un siglo ni siquiera eran crímenes.
Sin embargo, pese a todo ello, las drogas son tan asequibles hoy como hace 40 años, y más baratas. Como concluyó el zar antidrogas de Estados Unidos, Gil Kerlikowske:
En el esquema amplio, no ha tenido éxito. Cuarenta años después, la preocupación por las drogas, y el problema de las drogas, si acaso, se han magnificado, intensificado.
Y las bajas de esta guerra se multiplican. La guerra a las drogas se convirtió, desde un principio, en una nueva ofensiva de segregación racial contra la gente de color. Si bien los blancos abusan de las drogas a tasas más altas que los afroamericanos, los afroamericanos son encarcelados a 10 veces la tasa de los blancos por delitos relacionados con drogas. Millones han sido privados del derecho al voto al haber sido condenados por crímenes no violentos. Cientos de miles han muerto y millones sufrieron porque la guerra a las drogas volvió más difícil tratar la adicción como un problema de salud pública.
Ahora la crisis fiscal estatal obliga a los estados –incluso a estados como el conservador Texas– a vaciar las sobrepobladas prisiones y buscar alternativas al encarcelamiento. Y sin embargo la guerra a las drogas prosigue, el dinero se desperdicia, la violencia y la corrupción crecen, y más vidas se arruinan.
En un nuevo informe, la Comisión Global de Política sobre Drogas llama a reconocer que la guerra es un fracaso y virar hacia hacer frente a las drogas como un problema de salud pública.
He pasado décadas hablando con hombres y mujeres jóvenes acerca del peligro de las drogas, en salones de clase, en sótanos de iglesias, en prisiones y en la calle. El flagelo de las drogas destruye vidas y esperanza. Pero lo mismo hace la guerra a las drogas.
Debemos usar el 40 aniversario de una guerra fallida para poner en cuestión esa guerra. ¿Qué pasaría si tratáramos la adicción a las drogas como la adicción al alcohol, como un problema de salud pública? La mariguana origina la mitad de todos los arrestos relacionados con drogas en Estados Unidos; despenalizarla ahorraría millones que podrían utilizarse para tratar a los adictos en vez de para arrestar muchachos. Las alternativas al encarcelamiento se deben preferir para aquellas personas que no representen amenaza para otros.
Los mandatos severos y las sentencias mínimas deben revocarse. ¿Por qué no sacar la drogadicción del sistema de justicia penal y atenderla en el sistema de salud pública? Sin duda sería mejor gastar el dinero, no en encerrar a las personas, sino en clínicas que atiendan su enfermedad.
Poner fin a la
guerra a las drogasno significa abandonar el esfuerzo de regularlas, de enseñar a los niños sus peligros, o de tratar a quienes dependen de ellas.
Sí significa, en cambio, no desperdiciar millones de vidas más y miles de millones de dólares más en una guerra que no se puede ganar.
La guerra a las drogas ha sido lanzada por ambos partidos. Los políticos han adoptado posturas severas en torno al crimen, compitiendo para inventar los castigos más rigurosos. El dinero no ha sido obstáculo. Todo un complejo de prisiones –con poderosos intereses privados– ha crecido para confinar a los prisioneros de esta guerra. Pero ahora, 40 años después, ¿no es tiempo de hacer a un lado las posturas y tener un debate fundamental sobre las alternativas a esta guerra fallida?
* Pastor bautista y político estadunidense
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