Otilio Cantú Gonzalez afirma no entender la impunidad de los asesinos confesos de su hijo
Al final, los militares arguyeron que el homicidio de un joven "fue accidente", y ninguno pisó la cárcel
La investigación judicial del suceso ha tenido "una bola de aberraciones e inconsistencias", señala
Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 29 de mayo de 2011, p. 8
Hace un mes, los militares mataron a mansalva a su hijo Jorge Otilio Cantú Cantú; le destrozaron la cara con cuatro tiros de gracia, le "sembraron" una pistola; robaron el dinero de su cartera, lo desacreditaron diciendo que era un sicario, cambiaron los dictámenes periciales de la escena del crimen... al final, aceptaron que el homicidio "fue un accidente", pero ninguno de sus siete asesinos confesos pisó la cárcel.
Otilio Cantú González sigue sin entender la impunidad que protege a los militares criminales; tampoco comprende la falta de honor, decencia y vocación de servicio de quienes se supone están para aplicar la ley y la violan de manera flagrante, arropados en esa "patente de corso" llamada "fuero militar".
Se trata de uno de los tantos crímenes cometidos por "error de procedimiento" por la policía militarizada; una nueva modalidad de seguridad que consiste en "integrar" militares a las policías estatales cambiando el uniforme pero conservando sus privilegios: "Si estos señores se camuflan en otro uniforme para no parecer soldados, debe existir la posibilidad de juzgarlos como civiles. ¿Quién les da derecho de asesinar gente? Cuando les conviene son policías; cuando no, son militares. Y siempre quedan impunes", dice Cantú González indignado.
La vida de este médico naturista dio un vuelco el día que mataron a uno de sus cinco hijos y no ha podido hacer el duelo porque sigue esperando justicia. En su consultorio, al sur de Monterrey, está sentado frente al escritorio y toma un sobre blanco. Su llanto es desgarrador. Quiere mostrar algo: extrae seis credenciales manchadas de sangre que Jorge Otilio traía al cuello cuando recibió los 12 impactos: "Este es mi hijo. Podría estar aquí. Ahora sólo lo tengo en fotos".
Solloza, gime, implora. No tiene alivio, no encuentra descanso, no hay sosiego posible. Quiere respuestas, que nadie responde. Sólo tiene preguntas, muchas preguntas: "¿Por qué lo asesinaron? ¿Por qué los militares vestidos de policía se comportaron como cualquier sicario? ¿Por qué cambiaron la escena del crimen? ¿Por qué modificaron los documentos de la autopsia?..."
El montaje
Jorge Otilio acababa de volver de su luna de miel a la casa de sus padres mientras encontraba un nuevo domicilio. Era estudioso y trabajador, muy alegre. Cantaba siempre y le gustaba la música grupera. Usaba sombrero norteño. Era lunes 18 de abril cuando salió de su casa a las 5 y media de la mañana para dirigirse al trabajo en la empresa Teleperformance.
Había comprado a plazos una camioneta Dodge Ram pick-up doble cabina color rojo. Le encantaban las trocas desde niño, lo que no sabía es que ese podía ser un motivo para ser asesinado. A la luz de los hechos, y según las indagatorias del padre de la víctima, a los militares vestidos con uniformes de la policía del estado les pareció sospechoso el vehículo y sin mediar palabra empezaron a disparar a su paso por la avenida Lázaro Cárdenas. Le hicieron más de 40 disparos.
A las 7 y media tocaron la puerta de Otilio Cantú para avisarle que había pasado un accidente, que su hijo había sido alcanzado por el fuego cruzado: “Cuál sería mi sorpresa que a las pocas horas publican y dicen en la prensa: ‘cae un sicario más en un fuego cruzado’, ‘iba acompañado con otras gentes’, ‘repelieron la agresión’... ¿Cómo? En ese momento yo tuve que salir gritando que era una calumnia, que mi hijo era inocente. No descansé hasta que limpiaron su nombre. No lo quería enterrar así. Espere tres días, hasta que salió el procurador diciendo la verdad. Luego lo sepulté”.
Inmediatamente después del asesinato se dio cuenta de la manipulación en la escena del crimen. Los militares sembraron una arma y cuatro cartuchos para aparentar que el muchacho les había disparado primero y que los 45 cartuchos tirados fuera del vehículo se justificaban al repeler la supuesta agresión: "Al principio manejaron muchísimas versiones. Primero dijeron que iban persiguiendo un Mazda y una camioneta Tacoma, que nunca aparecieron; luego que Jorge Otilio quedo en medio de un fuego cruzado, luego que él traía una arma y había disparado. Hicieron una cochinada. No contentos con eso, cuando se dan cuenta que cometieron una barbarie, declaran que uno de los heridos toma una arma y se le hizo fácil ponerla en la camioneta de mi hijo, a otro se le hizo fácil recoger cartuchos y meterlos dentro de la camioneta para hacer ver que mi hijo había disparado. No sólo eso, movieron el cuerpo, hicieron todo lo que quisieron para aparentar un fuego cruzado, el cual nunca existió. Hay una bola de aberraciones e inconsistencias en el expediente. Está lleno de barbaridades".
A las 10 horas del suceso, Otilio Cantú fue a la Procuraduría General de Justicia de Nuevo León para ver el expediente con los hechos alterados: "Hacen un montaje terrible. Las primeras declaraciones del capitán segundo de infantería Reynaldo Camacho son de que repelieron un ataque, pero ellos mismos dicen que mi hijo iba a baja velocidad".
Ante su exigencia, los peritos de Nuevo León aceptan hacer un peritaje y el procurador convoca a conferencia de prensa para admitir la verdad: "El peritaje decía que todos los balazos fueron de afuera hacia adentro de la camioneta. Allí se desmintió la posibilidad de que mi hijo los hubiera agredido".
Los militares alteraron la reconstrucción de los hechos para proteger al capitán que les dio la orden de disparar: “Ellos dicen que son siete los asesinos, yo digo que son 12 o 15 porque eran cuatro patrullas; pero dicen que sólo intervienen dos, las otras dos se perdieron y agarraron otra ruta donde iba el capitán que dio la orden. Fíjate nomás. Tan criminales son los militares que le dispararon, como el autor intelectual. El capitán dicen que se perdió, y ahora dicen que llegó después. Y luego desaparece su nombre del expediente, pero él fue el que dio la orden y ni siquiera fue señalado como culpable. Su nombre lo vi en el primer dictamen que me mostraron en la PGR a las 10 o 12 horas del crimen. Yo no saqué eso de mi mente. Allí decía: ‘El capitán Reynaldo Camacho refiere que sus tropas repelieron la agresión de un sujeto que iba en una camioneta Ram roja y lo ejecutaron’”.
Otilio Cantú tenía bien definida la ruta que su hijo seguía para ir al trabajo. El joven era metódico y muy disciplinado: “A él lo ejecutan en la calle San Blas por la lateral. Él no tenía por qué ir por la lateral, sino por la avenida como siempre. Eso quiere decir que le dan la orden de orillarse. Él siempre nos avisaba cuando llegaba al trabajo y como ese día no llamaba le piqué al Nextel y contestó alguien, seguramente era uno de sus asesinos. El Ejército nunca me regresó el Nextel, ni el celular, se quedaron con todo. Incluso le robaron el dinero que traía en la cartera.... son unos delincuentes”.
La manipulación de la escena del crimen intentaba proteger a los elementos castrenses: "Mi hijo siempre usaba el cinturón de seguridad. Le dieron 12 balazos, le destruyeron parte de la columna. Pero como médico sé que sus piernas quedaron inmóviles, perdió toda movilidad. Y ahora resulta que movieron el cuerpo y lo pusieron con una pierna arriba para aparentar que les había disparado. ¿Cómo, si no podía moverse?"
Son cientos los familiares de víctimas asesinadas por el Ejército que se preguntan por qué los militares aplican la máxima: "Primero disparo, luego averiguo". "Si mi hijo no hizo ningún disparo, la ley les obliga a pararlo e interrogarlo, no les da derecho a iniciar un ataque si no hay agresión. Si se les hizo sospechoso porque trajera una camioneta, pues párenlo. Traer una camioneta no está penado por la ley".
Impunidad castrense
La manipulación de los hechos y las pruebas para exonerar a los militares se han dado durante todo el proceso judicial. Las autoridades forenses intentaron ocultar el cadáver del joven asesinado. “No me lo querían mostrar más que en fotografías. Yo les dije: ‘no, señores, yo lo quiero ver. Yo necesito verlo. Es mi hijo’... Cuando lo vi, no podía creer tanta saña. Terrible, terrible... Tenía cuatro disparos en la cara: uno en el pómulo, otro que le destruyó la nariz, otro que le entró por el maxilar y otro más que le salió por atrás. ¿Cómo es posible? Los militares se comportaron como cualquier criminal. Dice el Presidente que eso lo hace la delincuencia organizada, pero estos señores, que son los que supuestamente nos protegen, se portaron como cualquier sicario: le dieron no un tiro de gracia, le dieron cuatro”, dice llorando.
Un rato antes había estado checando los papeles de la autopsia. En ningún lado decía que el cadáver presentaba cuatro balazos en la cara: "Pero como yo soy médico y pasé por la Facultad de Medicina y por el área forense, lo primero que observé es el exterior del cuerpo. Me dije: ¿cómo es posible que los médicos forenses no hubieran descrito lo que tenía en la cara mi hijo? En ese momento me di cuenta que los cuatro balazos no estaban en los papeles de defunción, ni en la autopsia. Solamente describieron que murió por balazos en el tórax y el abdomen, no dijeron nada de la cara".
Cantú, inició entonces una nueva lucha para sacar a relucir la verdad. Acudió a la procuraduría y exigió que los documentos reflejaran la realidad: “Aquí falta un dictamen –les dije–. Falta lo que los militares le hicieron en la cara. Y tuvieron que añadirlo”.
Lo peor del caso, dice, es que las leyes civiles y castrenses protegen a los militares: “Es grotesco. Resulta que los que sembraron el arma y los cartuchos se les juzgó como: ‘actos cometidos en la administración de justicia’. Esos que modificaron todo, resultó que tenían derecho a fianza. Esos son los más culpables porque trataron de ocultar un asesinato por la espalda con todas las agravantes de la ley”.
De cualquier forma, ninguno de los siete culpables pisó la cárcel. Nunca les pudo ver la cara.Y cuando finalmente la juez Rosa Linda Zapata dictó auto de formal prisión contra los siete soldados, por "homicidio calificado y delitos contra la administración de la justicia", el gobierno de Nuevo León anunció que serían juzgados por la justicia militar. Y la juez se declaró incompetente.
Fue algo que desanimó completamente a Otilio Cantú, ya que la experiencia demuestra que los casos del fuero militar quedan en la impunidad. Por eso piensa continuar su lucha en instancias internacionales: "Si estamos en una guerra, ¿por qué aventaron al Ejército a la calle sin capacitarlo? Ellos no están educados para andar entre la sociedad. No saben distinguir. Tienen otros códigos. Mi hijo sufrió un acto de barbarie que tiene que ser castigado con la máxima pena por la ley. Asesinaron a un indefenso por la espalda con alevosía y ventaja. Y tal vez andan por allí buscando a quién más matar".
Del cajón de su escritorio saca unas fotografías de Jorge Otilio Cantú Cantú donde aparece sentado en las escaleras de su casa con sombrero norteño. Ahora forma parte de la lista de los inocentes asesinados por "error de procedimiento". Su padre vuelve a llorar: “Mi hijo no debería haber ingresado a ninguna lista. Él debería estar vivo. Le truncaron su vida de una manera vil, cobarde. Una horda de sinvergüenzas lo asesinó. Y aquí no ha habido ni siquiera ‘usted perdone’”.
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