Murió en Betania el 16 de enero de 2011 a las 2 y 50 de la tarde. El día y a la hora que quiso. No cuando quiso el sistema de salud, no: cuando ella quiso: les ganó la pelea. O sea que se resistió a morir. O sea que, en últimas, la murieron, la dejaron morir, le causaron la muerte…Porque quería vivir Clara Elvira. Al menos hasta el próximo enero, para los quince de su nieta mayor. Es que sus sueños eran siempre así: inmensamente sencillos, sencillamente inmensos. Un carro funeraria la condujo a Popayán, a nuestra casita, después de que el sistema de salud la condujo a la muerte.
Su respiración se hizo difícil las últimas dos horas. Se chupaba todo el aire de la habitación, como si sólo de aire se pudiera vivir, o como si a punta de aire se le acabaran los tumores que le estrangulaban el pucho de hígado que le quedaba. Cuando se chupó todo el aire de la comarca se dejó ir, descansó. Descansó. De años de sufrimiento, de enfermedades sucesivas y simultáneas, de diligencias por su salud, de existencias sobrevividas. No de vida digna, no: de una existencia sobrevivida a duras penas. Murió en Betania –como Lázaro– un lugar que tiene la clínica Valle del Lili a las afueras de Cali.
Para resumir diremos que le negaron los servicios. (Los servicios de salud–los de su cónyuge es asunto de ellos dos solitos, si es que aplica–.) Ya me imagino la respuesta. “Tenemos en nuestros registros que todos los servicios se le prestaron” y sacan la papelería. No se tomaron las medidas a tiempo. “Todo se hizo como ordenan los procedimientos”. Dilataron las citas, la entrega de medicamentos, retuvieron o demoraron órdenes de apoyo, le cambiaron sitios de atención. Por dentro la torturaban los tumores. Por fuera la torturaba el Seguro Social, después la Nueva EPS, la misma vaina. Ni siquiera el hecho de tener tutela le garantizó los servicios. Ni siquiera que mi hermana menor le ganó un desacato a la Nueva EPS (03 de diciembre de 2008). Ni siquiera las recomendaciones escritas de los especialistas en las cuales advertían la importancia de dar el tratamiento para su cáncer en forma continua y a tiempo.
Pues sí, tocó poner la tutela (8 de Noviembre de 2006) porque le negaban un examen mientras por dentro un tumor crecía a ritmo de Saludcoop. Lo que le negó el sistema de salud se lo garantizó el sistema judicial. Y como a ella a miles de colombianos y colombianas. Los jueces se volvieron parte vital del sistema de salud. Con razón se dijo hace poco que los jueces no saben de salud, que hay que sacarlos. Menos mal que no saben porque a los que se saben la ley 100, sus decretos y sus reformas, se les olvidó la salud. Una señora, Adriana Vásquez, con hernia discal fue sacada de la clínica la Estancia, en Popayán, retorciéndose del dolor, “porque ya se cumplieron los cinco días del protocolo”. A las tres horas debió volver en ambulancia, la señora, aullando del dolor como una loba, que ni Shakira en su mejor momento. Las normas se las saben de memoria; la salud, el trato humano, el gesto de atender a alguien que ha enfermado, se ha olvidado.
La dilación consiste en negar los servicios sistemáticamente, óigase bien, sistemáticamente. Esto quiere decir que conscientemente se niega lo que debería garantizarse. Conscientemente, a sabiendas, esto es, sabiendo que están mandando a morir a mucha gente. ¿Para qué dilatan? Con dos intenciones, una, que el paciente se aburra y tire la toalla. Y de paso logran que con el enfermo, con la enferma, enferme toda la familia y la vida se vuelva un martirio. Me dijo doña María, en Piendamó, Cauca, hace poco: tengo que entregar a mi hija (con un problema de columna) a Dios porque ya no puedo más con las vueltas de la EPS. Mejor dicho, lo que logran no es que tiren la toalla de las diligencias. Es que tiren la toalla de la vida. Una señora en Timbío, Cauca, Jesusita Portilla, murió esperando una orden de apoyo para un examen. Al mes de muerta le llegó el papel. Dos, provocar que el paciente entutele para librarse de los costos, ya que, una vez ganada la tutela, los costos los asume el FOSYGA (fondo de seguridad y garantía). Cuando los pacientes logran los servicios que buscaban hacía meses ya es demasiado tarde. Se ha cerrado el círculo de la ganancia que termina en la muerte.
“Me la mandaron demasiado tarde” nos dijo Pedro Argüello, el cirujano que le sacó los dos tumores del tamaño de guanábanas que le aprisionaban el hígado. Hablamos de Clara Elvira. “De haberlo hecho a tiempo habríamos reducido los tumores con pastas (Imatinib) y luego sí habríamos operado”. Demasiado tarde. Ahora sabemos que incluso los muertos dan billete en el cartel de la salud.
O sea que, en últimas, la ley 100 está diseñada para causar daño humano y generar grandes ganancias monetarias aprovechando ese daño. O sea que es un sistema que pervierte al pueblo en grey y al gobierno en carnicero. Al gobierno y a las EPS. A las EPS y a los agentes de la salud. “No hay nada que yo pueda hacer” le dijo un médico general a Clara Elvira que chorreaba lágrimas con la muerte a la espalda. Y no es que no supiera de medicina. Se le veía en la cara la sapiencia y en las paredes los diplomas. ¿Quién les amarra las manos y el saber a los médicos? “Usted puede ir a demandar, está en todo su derecho” me dijo un funcionario–joven él– mientras le reclamaba un papel con prontitud. Eso en colombiano quiere decir “hermanito aquí no venga a joder, vaya a joder al juzgado, donde están las hermanitas de la caridad”.
Consulté a un abogado amigo, que trabajaba para una EPS (noviembre de 2006). Le conté el caso, antes de entutelar, y me dijo: no, hermano, cómo va a empapelar a la empresa. No, no es a ésta, es al Seguro Social, le dije, Ah, bueno hermano, entutele de una.
Quisiera levantarme y correr por un potrero, decía Clara Elvira, con los pies hinchados, en sus últimos días. Lo que le pido a Dios es que me dé vida para ver a mi nieta en sus 15 años. Quiero verla vestida, nos decía, y se le veía en los ojos que la veía vestida en sus quince.
Pero no la dejaron. No la dejaron y esta es una verdad de hielo. Es que no se quería morir. Si decía que al menos hasta los quince. No la tiramos a la muerte, no tiramos la toalla. Si mi hermana menor se dedicó a ganarle batallas diarias a la Nueva EPS. Si hicimos decenas de presiones, trucos, contactos, con amigos… para ir escalando paso a paso los servicios que por ley debieron garantizársele. Si tenía media vida por delante y la fuerza de una jovencita. Modelo 51, pues. Cuando la sacaron del quirófano, a donde entró con un hilito de vida, el 14 de abril de 2008, día en que le sacaron los tumores–su cuarta cirugía por la misma causa– pasó a cuidados intensivos, luego a habitación y a los tres días para la casa. Ese hilito de vida lo volvió ella un torrente a punta de fuerza de voluntad, a punta de anhelos. Por tres meses y corona el tercer año de sobrevida, estuvo a pepa y cuarta.
No la dejaron las personas que manejan el sistema de salud en todas sus instancias. El sistema que la condujo a la muerte. Porque el sistema no se maneja solo. ¿O sí? ¿El sistema de salud actúa con autonomía como una máquina cerebrada? Para una película de ficción está bien. Para la vida real, para las muertes reales, la verdad es que son las personas a cargo del sistema las que están tirando a la gente por el desbarrancadero. Pero hay algo de verdad en la película de ficción: el sistema de salud, como está diseñado y escrito, condiciona a las personas y las pervierte en seres sin corazón, les amarra las manos y el saber. Las oficinas jurídicas tienen la función de desviar la ley, o con la misma ley, para ahorrar costos. Las oficinas de autorización tienen trucos para dilatar sin decir espere, enredar sin torcer la cuerda y negar sin decir no. Y es así como matan a los seres que amamos.
Esto le escribió Manuel–a quién mi mamá llamaba mi ángel de la guarda– a Clara Elvira el día de su funeral: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. ¿Si ve por qué la recuerdo? Por los azabaches de sus ojos duros como dos escarabajos de cristal negro. Resulta que cada vez que pienso en usted me acuerdo de esos ojos de Platero. De esa frase, de la ternura. Me amarga, claro, el que haya que hablar en recuerdo, en pasado, en que se fije en la memoria, en la quietud, la historia inenarrable de una mirada. De la suya. Es que se me ocurre, acá llorando un poquito en compañía de recuerdos, se me ocurre Clarita que uno cuando es Madre (Usted sabrá) sabe vivir mirando y también en la mirada defiende la vida y la nombra muy sentidita, con todas esas tristezas y anhelos, con todas las ganas y las memorias, es decir, con toda la vida”.
¿Cuántas miradas no se perdieron durante estos años de la ley 100? Van 4 meses de la muerte de Clara Elvira y se destapa el escándalo del sistema de salud. Billones de pesos robados mientras morían los ojos de Platero, mientras una quinceañera se quedó sin abuela para acompañar sus quince, mientras unos hijos e hijas se lamentan porque no les alcanzó la vida para devolverle los favores o corregir los errores. ¿Cuántos sueños no se truncaron en esta familia y en miles de familias? Matar a uno ¿no es asesinato? Matar a varios ¿no es masacre? Matar a miles ¿no es genocidio? Por estas vidas tienen que pagar, por las miradas perdidas tienen que pagar, por los sueños truncados tienen que pagar. Por las víctimas tienen que pagar.
Porque son víctimas. Somos. Del sistema de salud, de la ley 100, que han mandado por el desbarrancadero tantas vidas, tantos ojos de Platero, tantos besos guardados, tantos vientres fértiles, tantos miembros funcionales, tantos órganos vitales, tanta vida que pudo ser vivida y no fue porque no la dejaron. Donde hay víctimas ¿no se habla de verdad? ¿No se habla de justicia? ¿No se habla de reparación? ¿Quién defiende a las víctimas del sistema de salud violadas sistemáticamente en sus derechos humanos, en un derecho tan fundamental como lo es la salud?
Qué ganas de llorar pero me aguanto. Un día que estaba pidiendo una orden de apoyo, solita Clara Elvira, se la negaron de manera arrogante. Ya sabían que era “la vieja que tanto jode y tanta plata nos saca”. Llamó a mi hermana quien se fue a acompañarla. Pasaba delante de ellas la doña de las “órdenes” y ni las miraba. De la rabia mi mamá lloraba, siempre. Ese día se aguantó. No le daré el gusto de que me vea llorando, dijo, con ese orgullo suyo de llorar o de aguantarse, según el caso.
Ahora nos convoca el dolor de lo vivido. No sólo a reclamar que se cumpla la ley 100 o que se intervenga a las EPSs y al cartel de la salud, no sólo eso. No convoca el dolor de lo vivido, de lo sufrido, nos convocan los muertos…Nos convocan a soñarnos otro sistema de salud acorde con la dignidad humana, con la salud como derecho fundamental. Nos convocan a libertar el saber de los trabajadores y trabajadoras del sector salud. Juntos, juntas podemos soñar una cosa distinta a este matadero y construirla tomados de la mano.
Según la historia, fue en Betania que Lázaro se levantó y andó (anduvo… anduvo). Es el momento de que se levante Clara Elvira. Es hora de que se levanten los muertos.
http://www.nasaacin.org/ component/content/article/1- ultimas-noticias/2116-alguien- dejo-morir-a-clara-elvira
Su respiración se hizo difícil las últimas dos horas. Se chupaba todo el aire de la habitación, como si sólo de aire se pudiera vivir, o como si a punta de aire se le acabaran los tumores que le estrangulaban el pucho de hígado que le quedaba. Cuando se chupó todo el aire de la comarca se dejó ir, descansó. Descansó. De años de sufrimiento, de enfermedades sucesivas y simultáneas, de diligencias por su salud, de existencias sobrevividas. No de vida digna, no: de una existencia sobrevivida a duras penas. Murió en Betania –como Lázaro– un lugar que tiene la clínica Valle del Lili a las afueras de Cali.
Para resumir diremos que le negaron los servicios. (Los servicios de salud–los de su cónyuge es asunto de ellos dos solitos, si es que aplica–.) Ya me imagino la respuesta. “Tenemos en nuestros registros que todos los servicios se le prestaron” y sacan la papelería. No se tomaron las medidas a tiempo. “Todo se hizo como ordenan los procedimientos”. Dilataron las citas, la entrega de medicamentos, retuvieron o demoraron órdenes de apoyo, le cambiaron sitios de atención. Por dentro la torturaban los tumores. Por fuera la torturaba el Seguro Social, después la Nueva EPS, la misma vaina. Ni siquiera el hecho de tener tutela le garantizó los servicios. Ni siquiera que mi hermana menor le ganó un desacato a la Nueva EPS (03 de diciembre de 2008). Ni siquiera las recomendaciones escritas de los especialistas en las cuales advertían la importancia de dar el tratamiento para su cáncer en forma continua y a tiempo.
Pues sí, tocó poner la tutela (8 de Noviembre de 2006) porque le negaban un examen mientras por dentro un tumor crecía a ritmo de Saludcoop. Lo que le negó el sistema de salud se lo garantizó el sistema judicial. Y como a ella a miles de colombianos y colombianas. Los jueces se volvieron parte vital del sistema de salud. Con razón se dijo hace poco que los jueces no saben de salud, que hay que sacarlos. Menos mal que no saben porque a los que se saben la ley 100, sus decretos y sus reformas, se les olvidó la salud. Una señora, Adriana Vásquez, con hernia discal fue sacada de la clínica la Estancia, en Popayán, retorciéndose del dolor, “porque ya se cumplieron los cinco días del protocolo”. A las tres horas debió volver en ambulancia, la señora, aullando del dolor como una loba, que ni Shakira en su mejor momento. Las normas se las saben de memoria; la salud, el trato humano, el gesto de atender a alguien que ha enfermado, se ha olvidado.
La dilación consiste en negar los servicios sistemáticamente, óigase bien, sistemáticamente. Esto quiere decir que conscientemente se niega lo que debería garantizarse. Conscientemente, a sabiendas, esto es, sabiendo que están mandando a morir a mucha gente. ¿Para qué dilatan? Con dos intenciones, una, que el paciente se aburra y tire la toalla. Y de paso logran que con el enfermo, con la enferma, enferme toda la familia y la vida se vuelva un martirio. Me dijo doña María, en Piendamó, Cauca, hace poco: tengo que entregar a mi hija (con un problema de columna) a Dios porque ya no puedo más con las vueltas de la EPS. Mejor dicho, lo que logran no es que tiren la toalla de las diligencias. Es que tiren la toalla de la vida. Una señora en Timbío, Cauca, Jesusita Portilla, murió esperando una orden de apoyo para un examen. Al mes de muerta le llegó el papel. Dos, provocar que el paciente entutele para librarse de los costos, ya que, una vez ganada la tutela, los costos los asume el FOSYGA (fondo de seguridad y garantía). Cuando los pacientes logran los servicios que buscaban hacía meses ya es demasiado tarde. Se ha cerrado el círculo de la ganancia que termina en la muerte.
“Me la mandaron demasiado tarde” nos dijo Pedro Argüello, el cirujano que le sacó los dos tumores del tamaño de guanábanas que le aprisionaban el hígado. Hablamos de Clara Elvira. “De haberlo hecho a tiempo habríamos reducido los tumores con pastas (Imatinib) y luego sí habríamos operado”. Demasiado tarde. Ahora sabemos que incluso los muertos dan billete en el cartel de la salud.
O sea que, en últimas, la ley 100 está diseñada para causar daño humano y generar grandes ganancias monetarias aprovechando ese daño. O sea que es un sistema que pervierte al pueblo en grey y al gobierno en carnicero. Al gobierno y a las EPS. A las EPS y a los agentes de la salud. “No hay nada que yo pueda hacer” le dijo un médico general a Clara Elvira que chorreaba lágrimas con la muerte a la espalda. Y no es que no supiera de medicina. Se le veía en la cara la sapiencia y en las paredes los diplomas. ¿Quién les amarra las manos y el saber a los médicos? “Usted puede ir a demandar, está en todo su derecho” me dijo un funcionario–joven él– mientras le reclamaba un papel con prontitud. Eso en colombiano quiere decir “hermanito aquí no venga a joder, vaya a joder al juzgado, donde están las hermanitas de la caridad”.
Consulté a un abogado amigo, que trabajaba para una EPS (noviembre de 2006). Le conté el caso, antes de entutelar, y me dijo: no, hermano, cómo va a empapelar a la empresa. No, no es a ésta, es al Seguro Social, le dije, Ah, bueno hermano, entutele de una.
Quisiera levantarme y correr por un potrero, decía Clara Elvira, con los pies hinchados, en sus últimos días. Lo que le pido a Dios es que me dé vida para ver a mi nieta en sus 15 años. Quiero verla vestida, nos decía, y se le veía en los ojos que la veía vestida en sus quince.
Pero no la dejaron. No la dejaron y esta es una verdad de hielo. Es que no se quería morir. Si decía que al menos hasta los quince. No la tiramos a la muerte, no tiramos la toalla. Si mi hermana menor se dedicó a ganarle batallas diarias a la Nueva EPS. Si hicimos decenas de presiones, trucos, contactos, con amigos… para ir escalando paso a paso los servicios que por ley debieron garantizársele. Si tenía media vida por delante y la fuerza de una jovencita. Modelo 51, pues. Cuando la sacaron del quirófano, a donde entró con un hilito de vida, el 14 de abril de 2008, día en que le sacaron los tumores–su cuarta cirugía por la misma causa– pasó a cuidados intensivos, luego a habitación y a los tres días para la casa. Ese hilito de vida lo volvió ella un torrente a punta de fuerza de voluntad, a punta de anhelos. Por tres meses y corona el tercer año de sobrevida, estuvo a pepa y cuarta.
No la dejaron las personas que manejan el sistema de salud en todas sus instancias. El sistema que la condujo a la muerte. Porque el sistema no se maneja solo. ¿O sí? ¿El sistema de salud actúa con autonomía como una máquina cerebrada? Para una película de ficción está bien. Para la vida real, para las muertes reales, la verdad es que son las personas a cargo del sistema las que están tirando a la gente por el desbarrancadero. Pero hay algo de verdad en la película de ficción: el sistema de salud, como está diseñado y escrito, condiciona a las personas y las pervierte en seres sin corazón, les amarra las manos y el saber. Las oficinas jurídicas tienen la función de desviar la ley, o con la misma ley, para ahorrar costos. Las oficinas de autorización tienen trucos para dilatar sin decir espere, enredar sin torcer la cuerda y negar sin decir no. Y es así como matan a los seres que amamos.
Esto le escribió Manuel–a quién mi mamá llamaba mi ángel de la guarda– a Clara Elvira el día de su funeral: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. ¿Si ve por qué la recuerdo? Por los azabaches de sus ojos duros como dos escarabajos de cristal negro. Resulta que cada vez que pienso en usted me acuerdo de esos ojos de Platero. De esa frase, de la ternura. Me amarga, claro, el que haya que hablar en recuerdo, en pasado, en que se fije en la memoria, en la quietud, la historia inenarrable de una mirada. De la suya. Es que se me ocurre, acá llorando un poquito en compañía de recuerdos, se me ocurre Clarita que uno cuando es Madre (Usted sabrá) sabe vivir mirando y también en la mirada defiende la vida y la nombra muy sentidita, con todas esas tristezas y anhelos, con todas las ganas y las memorias, es decir, con toda la vida”.
¿Cuántas miradas no se perdieron durante estos años de la ley 100? Van 4 meses de la muerte de Clara Elvira y se destapa el escándalo del sistema de salud. Billones de pesos robados mientras morían los ojos de Platero, mientras una quinceañera se quedó sin abuela para acompañar sus quince, mientras unos hijos e hijas se lamentan porque no les alcanzó la vida para devolverle los favores o corregir los errores. ¿Cuántos sueños no se truncaron en esta familia y en miles de familias? Matar a uno ¿no es asesinato? Matar a varios ¿no es masacre? Matar a miles ¿no es genocidio? Por estas vidas tienen que pagar, por las miradas perdidas tienen que pagar, por los sueños truncados tienen que pagar. Por las víctimas tienen que pagar.
Porque son víctimas. Somos. Del sistema de salud, de la ley 100, que han mandado por el desbarrancadero tantas vidas, tantos ojos de Platero, tantos besos guardados, tantos vientres fértiles, tantos miembros funcionales, tantos órganos vitales, tanta vida que pudo ser vivida y no fue porque no la dejaron. Donde hay víctimas ¿no se habla de verdad? ¿No se habla de justicia? ¿No se habla de reparación? ¿Quién defiende a las víctimas del sistema de salud violadas sistemáticamente en sus derechos humanos, en un derecho tan fundamental como lo es la salud?
Qué ganas de llorar pero me aguanto. Un día que estaba pidiendo una orden de apoyo, solita Clara Elvira, se la negaron de manera arrogante. Ya sabían que era “la vieja que tanto jode y tanta plata nos saca”. Llamó a mi hermana quien se fue a acompañarla. Pasaba delante de ellas la doña de las “órdenes” y ni las miraba. De la rabia mi mamá lloraba, siempre. Ese día se aguantó. No le daré el gusto de que me vea llorando, dijo, con ese orgullo suyo de llorar o de aguantarse, según el caso.
Ahora nos convoca el dolor de lo vivido. No sólo a reclamar que se cumpla la ley 100 o que se intervenga a las EPSs y al cartel de la salud, no sólo eso. No convoca el dolor de lo vivido, de lo sufrido, nos convocan los muertos…Nos convocan a soñarnos otro sistema de salud acorde con la dignidad humana, con la salud como derecho fundamental. Nos convocan a libertar el saber de los trabajadores y trabajadoras del sector salud. Juntos, juntas podemos soñar una cosa distinta a este matadero y construirla tomados de la mano.
Según la historia, fue en Betania que Lázaro se levantó y andó (anduvo… anduvo). Es el momento de que se levante Clara Elvira. Es hora de que se levanten los muertos.
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