Raúl Zibechi
Cualquier plan de acción de los movimientos antisistémicos debe partir de una comprensión lo más completa y abarcativa posible de los objetivos estratégicos que persiguen los grupos dominantes, o sea la tecnoburocracia que maneja los principales hilos del poder global. No se trata de erigir una estrategia alternativa en relación de simetría, sino de comprender cómo planean las clases dominantes perpetuarse en el lugar actual, para prepararnos y maniobrar en consecuencia.
En los últimos años va cobrando cuerpo la opción fascista. El nacimiento y expansión del Tea Party en Estados Unidos, el ascenso de la extrema derecha en Francia y la derechización hasta límites peligrosos de algunas derechas europeas como la española, son señalas de alerta. En América Latina la consolidación de la oligarquía colombiana en el poder estatal y el probable retorno de los Fujimori al gobierno son síntomas más que preocupantes.
Por fascismo no entiendo una ideología, sino la militarización y exterminio de los de abajo organizados en movimientos. Es evidente que esos pasos se pueden dar sin dejar de pronunciar frases "democráticas" y que el exterminio lo pueden realizar gobernantes salidos de las urnas, toda vez que el sistema político ha sido reducido a un ejercicio electoral que no se traduce en cambios estructurales. Haití, Colombia y México nos enseñan que militarización, exterminio y "democracia" son enteramente compatibles. La reciente propuesta de Douglas Fraser, jefe del Comando Sur, para abrir un nuevo frente de guerra en el sur de México y en el triángulo Guatemala-El Salvador-Honduras, que define como "la zona más letal del mundo fuera de las zonas de guerras activas", enseña quiénes toman las grandes decisiones que nos afectan.
La tendencia más importante que vive la humanidad es la concentración de poder. Estamos ante el poder más concentrado que conoce la historia, y ese enorme poder es el que permite una brutal concentración de riqueza y la cada vez mayor concentración de pobreza en la mitad de la población mundial. Tan grande es ese poder que escapa al control de los estados. Ese enorme poder trasnacional utiliza algunos estados muy poderosos, como Estados Unidos, para perpetuarse en la cúspide. Para ese poder, la humanidad es hoy un estorbo, como ya lo han dicho los zapatistas en La cuarta guerra mundial, un texto de rigurosa actualidad que ya tiene 10 años.
Fernand Braudel señalaba que hasta el siglo XVIII la demografía había conocido periodos de flujo y reflujo más o menos constantes, con raras y excepcionales situaciones de equilibrio. Sólo a partir del siglo XVIII se produjo una "ruptura de las fronteras de lo imposible" y la población comenzó a crecer sin que se haya registrado, en casi tres siglos, retroceso alguno (La dinámica del capitalismo). Este es uno de los datos duros del mundo actual: la enorme expansión de lo que William I. Robinson denomina como "población global superflua", que en su opinión ya representa un tercio de la humanidad (Al Jazeera, 8/5/2011).
Ese tercio excluido es uno de los objetivos del poder. Y lo es de diversas formas: es el tercio de la población de Brasil que es asistido con el programa Bolsa Familia; el mismo tercio que se alimentaba en comedores populares durante el régimen de Alberto Fujimori administrados por su clientelismo mafioso. Y así sucesivamente. La contracara, por supuesto, es la militarización de las favelas brasileñas y el asesinato de 70 mil peruanos en la misma década, además de la esterilización forzosa de 300 mil mujeres indias. En cada país y región pueden hacerse números y concluir cuántos sobran y cómo se están implementando programas para neutralizarlos/asesinarlos.
En Colombia, por ejemplo, la guerra desplazó a 4 millones de campesinos de sus tierras y provocó cientos de miles de muertos. Lo más terrible es que el genocidio sigue adelante, como lo viene denunciando la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN). La guerra y la militarización al servicio de lo que Robinson denomina como "acumulación militarizada" se realizan desde hace algunos meses bajo los nuevos modales "democráticos" esbozados por el presidente Juan Manuel Santos, que siendo ministro inventó los "falsos positivos" (civiles asesinados por el ejército para hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate) y ahora funge a la vez como amigo de la Unasur y de la Alianza del Pacífico, dos proyectos antagónicos.
Para los movimientos anstisistémicos, comprender que la variante genocida de los de arriba va ganando mayores espacios supone mirar la realidad de frente, no para paralizarnos sino para definir con mayor nitidez las formas de acción. Distraer fuerzas en disputas pequeñas no tiene el menor sentido. Hay quienes tienen aún la ilusión de que los de arriba pueden tolerar otra política sin antes neutralizar o dinamitar los espacios colectivos. No debemos enzarzarnos en disputas verbales sobre los caminos a seguir. Dividen y paralizan; debemos crear e inventar.
Los hechos muestran que es necesario crear espacios para que los de abajo nos relacionemos, podamos debatir y cuestionar, organizar y movilizar. Lo que viene sucediendo estos días en la Puerta del Sol de Madrid o en el barrio Exarxia de Atenas, siguiendo más o menos los mismos pasos que llevaron a ocupar la plaza Tahrir en El Cairo, muestran que es un camino tan necesario como posible. Un camino distinto al de la tradicional huelga seguida de manifestación para presionar al poder, que no mira arriba sino horizontalmente, que busca tejer vínculos no sistémicos para delinear el mundo otro.
Estos movimientos suelen ser criminalizados, perseguidos y reprimidos. Los de arriba pueden optar por la masacre como han hecho tantas veces y siguen haciendo ahora en Medio Oriente. Se impone la necesidad de defender estos espacios, una tarea en la que los movimientos van muy a la zaga del poder. Pero que deberán abordar antes de que sea demasiado tarde.
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