lunes, 17 de octubre de 2011

Granados Chapa, el laudero

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Es envidiable su capacidad para ofrecer contexto y memoria sobre los hechos cotidianos. Sin importar cuál fuera el tema, acostumbraba poner al servicio de su audiencia un amplísimo archivo de información
 
No hay teoría que sirva para fabricar a un buen periodista ni escuela capaz de asegurarle éxito al mejor de sus alumnos en este complejo oficio. Igual a como ocurre con el laudero, el talento del periodista se obtiene después de años dedicados a observar muy de cerca al extraordinario violín y también gracias al coraje requerido para imitarle con la obra propia. 
 
Los mejores periodistas son los que recorrieron el camino del gran artesano: la suya es la ciencia de copiar la virtud del maestro hasta encontrar la subjetiva singularidad. No hay milagro religioso, ni suerte hereditaria que en automático reproduzcan el genio del buen oficiante. El único referente cierto es la tarea bien hecha de quien antecede y también la necedad personal por continuar con la apasionante tradición de expresarse libremente. 

El viernes 14 de octubre el maestro Miguel Ángel Granados Chapa decidió colocar un punto final sobre el extenso texto de su carrera periodística. No lo hizo con la prosa que lo caracteriza, sino a partir de unas cuantas frases que impusieron un vacío grande. Dos días después dejó esta vida el más impresionante de los lauderos y los aprendices nos quedamos huérfanos. Su habilidad para oficiar será insuperable. 

Granados Chapa fue un hombre que, a diferencia de tantos otros, logró eludir las trampas del cinismo y la frivolidad que merodean nuestra era. No cayó deslumbrado por el poder, tampoco pretendió convertirse en el consejero del príncipe; y porque no quiso encerrarse en la cárcel de la arrogancia, su influencia creció imparable en la libertad para decir y pensar. 

Su principal agenda fue la de la plaza compartida por todos y no la de la facción, el grupo, la corriente o la clientela. El suyo fue un razonamiento fuerte en convicciones y sin embargo no solía imponerse con argumentos de autoridad. Alérgico a la condescendencia que esconde desprecio hacia el semejante, este periodista dedicó abundante ingenio para nutrir a la inteligencia plebeya. 

Es envidiable su capacidad para ofrecer contexto y memoria sobre los hechos cotidianos. Sin importar cuál fuera el tema, acostumbraba poner al servicio de su audiencia un amplísimo archivo de información pertinente. Sabía que para hacerse escuchar no basta con hallar la tesis justa; comunicar es un acto que implica conectar con el conocimiento de la comunidad donde se conversa. 

Nunca reveló el periodista su más potente secreto: ¿era su memoria un prodigioso centro de documentación o guardaba el infinito fichero, escrito y organizado por su propia mano, donde fue recopilando datos, narraciones, perfiles y expedientes de nuestra sociedad? 

La lengua de Castilla fue su principal herramienta y supo usarla con enorme destreza. La cercanía con las palabras lo condujo a la Academia Mexicana de la Lengua. Mucho antes hizo compromiso con la buena prosa y esta es otra de sus enseñanzas. Porque construyeron escuela, extrañaremos esos textos impecablemente escritos. 

Además de periodista, Granados Chapa se formó como abogado e historiador. Si bien ratificó que el buen reportero se hace en la calle, nunca negó que el periodista lucubra y reflexiona en su contacto con aulas y libros. 

No hay informador serio que pueda ahorrarse el engorroso trámite de estar bien informado. Por ello, en todas las expresiones de su quehacer público fue un profesional sinceramente disciplinado. Columnas, conferencias, programas de radio y libros de su autoría exhiben un personaje riguroso que supo ir más allá de su talento. 

Miguel Ángel perteneció a una generación que en México debió plantarse con firmeza frente al autoritarismo del Estado. Militó en las filas que abandonaron el “Excelsior” en 1976, fue fundador de “Proceso” y también de “La Jornada”. Lanzó por primera vez la columna “Plaza Pública” en “Cine Mundial” y más tarde la llevaría a “Reforma”. 

Su andar, a la vez mesurado y contundente, fue construyendo un aura de admiración. Pudo no ser querido por algunos, pero acumuló montañas de respeto. Es orgullo para un oficio que se entristece por momentos debido a la maltrecha dignidad. 

Se despidió Miguel Ángel seguro de que la pudrición no sería destino inexorable porque hay razones suficientes para hacer que lo bueno renazca. Contó de la música, el arte y la ciencia que salvan al ser humano de sus yerros. El laudero sabio no dudó nunca: la belleza existe del otro lado de la gresca. 

Dijo Granados Chapa en su críptico mensaje de despedida que ya no tendríamos más encuentros con él. Se equivocó: ahí donde exista buen periodismo nos toparemos los mexicanos una y otra vez con el maestro.

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