Gustavo Esteva
Unos toman distancia; otros abandonan el empeño; algunos convierten recelos en enemistad. Cuando más necesita fortalecerse, el movimiento que inspiró Javier Sicilia empieza a mostrar debilidad.
Los medios, fascinados al principio, muestran ya sus sesgos ideológicos y presentan imágenes muy distorsionadas del movimiento. Se nutren con juicios lapidarios de analistas de todas las ideologías que condenaron muy pronto a Sicilia y lo atacan de modo sistemático. La confusión y el malentendido proliferan, porque el movimiento empieza apenas a articular mecanismos confiables para presentar sus posiciones y puntos de vista.
El equívoco persiste. Se percibe a Sicilia como dirigente partidario, líder supremo del movimiento. Se condena que siga siendo quien es, como persona. Que aún se pertenezca. Se descalifican abrazos, besuqueos y manifestaciones de sus creencias: no son propios de un "político"; revelarían que se rinde al poder; traicionarían la tradición secular… Como todos los políticos, debería esconderse tras un perfil que le permitiera "representar" a todos.
Existen problemas en el pequeño círculo de quienes acompañan a Javier y tienen jerarquía en la vaga estructura que se ha estado formando. Algunos se han puesto sin reservas al servicio del movimiento, dispuestos a ir hasta donde vaya. Otros se sirven de él para impulsar sus propias agendas políticas y así lo socavan desde dentro.
La cuestión es muy seria, de fondo. El movimiento podría estar entregando la primogenitura por un plato de lentejas.
Hay lentejas específicas que deben negociarse con el gobierno. Las víctimas exigen reparación del daño y castigo a los culpables. Las familias de los desaparecidos presionan por un banco de ADN para identificar cadáveres que aparecen todos los días. El regreso del Ejército a los cuarteles, demanda central del movimiento, debe ser también objeto de negociación; no puede hacerse de golpe en todas partes. Hay muchas lentejas en el plato que explican y justifican un diálogo que puede dar resultados específicos en relación con ellas.
Pero esto no debe hacerse al precio de entregar la primogenitura. Una de sus expresiones principales es el artículo 39 de la Constitución, enarbolado en su momento por los zapatistas: "La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno".
El horror que enfrentamos exige respuesta colectiva inmediata. No se reduce a lo que hacen políticos y criminales, dos términos que se vuelven cada vez más intercambiables. Ni siquiera puede contraerse a ciertas políticas. La terquedad perversa de Calderón, la simulación intransigente del Congreso y la barbarie y degradación de los delincuentes agravan la situación, pero no la causan. La causa es un régimen político y económico que Javier caracterizó con lucidez desde el inicio del movimiento. Sólo un cambio profundo, desde abajo y a la izquierda, puede evitar catástrofes aún peores y propiciar el inicio de la reconstrucción. Hace falta la revolución que el propio Javier caracterizó en San Cristóbal hace un par de años.
Entregan la primogenitura, desde adentro, quienes se entusiasman a la menor señal de apertura en las estructuras actuales y así reducen el empeño a la búsqueda de ajustes marginales y efímeros que no podrán parar la guerra.
Socavan el movimiento quienes exigen que juegue con las reglas del régimen que debe ser sustituido. Se le descalifica, por ejemplo, porque no "representa" al "pueblo" de la Constitución. No debería hablar "en nombre" de él. Se hizo la misma operación con los zapatistas. Se aplica ahora el mismo afán de reducir y aislar.
Ni Javier ni los demás voceros del movimiento han actuado con representación formal. No la tienen ni la buscan. Pero forman parte del pueblo de la Constitución y desde él hablan y actúan, con pleno derecho. Su desafío es inmenso: articular en su iniciativa a una porción sustantiva de ese pueblo, a cuantos quieren cambiar el régimen mismo, no sólo a quienes lo encabezan. La magnitud e importancia de la oportunidad que crearon se ha convertido en su responsabilidad: podrían frustrar la que empezó a aparecer como última oportunidad de contener la catástrofe. En vez de entregarla miserablemente por unos cuantos logros, aún inciertos, necesitan cuidar esmeradamente la primogenitura que nos pertenece a todos, cuya valiente y lúcida defensa puso a tantos en movimiento. Hoy, acaso, empiezan a retomar su rumbo. Podría ocurrir que la caravana al sur, cuando dejen de mirar hacia arriba y hacia el norte, se convierta en el encuentro con su destino.
gustavoesteva@gmail.com
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