Atilio Borón
Fidel, lúcido como siempre y más sabio que nunca. El paso de los años acompañado por una notable capacidad para reflexionar sobre las vicisitudes de su vida y el mundo lo han enriquecido extraordinariamente. Su mirada, que siempre tuvo el privilegio de internarse en el horizonte histórico-universal se ha tornado más aguda: Fidel ve donde los demás no ven, y lo que ve son las esencias y no las apariencias. Tiene razón García Márquez cuando dijo de él que es “incapaz de concebir cualquier idea que no sea descomunal.”
Retirado de todos sus cargos al frente de la revolución cubana sigue  siendo, sin la menor duda, “el Comandante”. No sólo del glorioso  “Movimiento 26 de Julio” o de las Fuerzas Armadas Revolucionarias  cubanas sino de un ejército mundial de mujeres y hombres que luchan por  su vida, por su dignidad, y por la supervivencia del género humano, hoy  amenazada por un arsenal nuclear de incalculables proporciones una  pequeñísima parte del cual sobraría para arrasar con toda forma de vida  en el planeta Tierra. Sobrevivencia también comprometida por la furia  predatoria de un sistema, el capitalista, que todo lo que toca convierte  en mercancía, en un simple objeto cuya excluyente finalidad es producir  un lucro.
A favor de esa visión de águila, que en su momento Lenin reconociera  en Rosa Luxemburgo, pudo denunciar, casi en soledad, la crisis ecológica  que hoy nos abruma así como los peligros de la demencial carrera  armamentística desencadenada por el imperialismo norteamericano.
Algunos seguramente recordarán su intervención en la Primera Cumbre  de la Tierra, en Río de Janeiro, en 1992, cuando el Comandante alertó  sobre el riesgo ecológico en que ya se hallaba el planeta. Mientras el  presidente norteamericano George Bush se negaba a firmar los protocolos  de Río, Fidel denunciaba que  ”Una importante especie biológica está en  riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus  condiciones naturales de vida: el hombre.”
Y proseguía su análisis diciendo que el desenfrenado consumismo y el  irracional derroche que propicia la economía capitalista son los  responsables fundamentales de esta situación: “Con sólo el 20 por ciento  de la población mundial … (los capitalismos metropolitanos) consumen  las dos terceras partes de la energía que se produce en el mundo. Han  envenenado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han  saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas  con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer.
Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de  millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar.  Numerosas especies se extinguen. La presión poblacional y la pobreza  conducen a esfuerzos desesperados para sobrevivir aun a costa de la  Naturaleza. No es posible culpar de esto a los países del Tercer Mundo,  colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy, por un orden  económico mundial injusto.”  Por supuesto, sus palabras fueron desoídas  por la casi totalidad de los jefes de estado allí convocados -¿quién  recuerda ahora sus nombres?- que siguieron bailando desaprensivamente en  la cubierta del Titanic.
Sabio como pocos, Fidel se preguntaba, en ese mismo discurso: “Cuando  las supuestas amenazas del Comunismo han desaparecido y no quedan ya  pretextos para guerras frías, carreras armamentistas y gastos militares,  ¿qué es lo que impide dedicar de inmediato esos recursos a promover el  desarrollo del Tercer Mundo y combatir la amenaza de destrucción  ecológica del Planeta?” Va de suyo que conocía perfectamente bien la  respuesta, tal como la expusiera en miles de ocasiones: el impedimento  radica en la esencia misma del capitalismo como sistema, y en el  imperialismo como su forma actual.
Lúcido y valeroso combatiente de este flagelo, en la práctica pero  también en el plano de las ideas, Fidel ha denunciado sus horrores ya  desde antes del asalto al Moncada y su extraordinario alegato en defensa  propia. Testigo y la vez excepcional protagonista de la lenta pero  inexorable decadencia del imperialismo norteamericano, sus iniciativas  prácticas así como sus didácticas reflexiones ofrecen a los pueblos un  riquísimo arsenal de ideas e informaciones, recogidas con la  minuciosidad propia de un Darwin, sabedor de que para cambiar la  compleja realidad de nuestro tiempo de nada valen esquemas preconcebidos  o rotundas simplificaciones.
Retirado de sus cargos oficiales, el infatigable soldado continúa  luchando sin cuartel en la crucial “batalla de ideas”, un frente que,  lamentablemente, la izquierda descuidó durante mucho tiempo pero que  ahora cuenta con numerosos combatientes. Y desde allí ilumina el  esperanzado camino que conduce hacia la emancipación humana y social.   Como dice la canción popular mexicana, Fidel, “feliz en tu día, y que  vivas muchos más.”
 
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