Aniversario del asesinato del escritor argentino Rodolfo Walsh
Carta de un escritor a la Junta Militar
Milenio
Viajó en tren desde  la provincia de Buenos Aires a la capital, con un sombrero de paja,  parte de su disfraz de jubilado. Llevaba una pistola calibre 22, pero su  arma principal, que también llevaba encima, estaba hecha de palabras.  Era una carta. Sabía perfectamente que a causa de sus palabras era que  lo buscaban desde hacía años; tenía el don de hacer de sus ideas duros y  reveladores escritos, siempre denunciantes del poder político y sus  crímenes. Ahora, bajo la dictadura militar más sanguinaria de la  historia de Argentina, continuaba persiguiendo a sus perseguidores,  prácticamente solo. Planeaba enviar la carta a medios de comunicación  nacionales y a corresponsales extranjeros.
Ese 25 de marzo de 1977  la ciudad de Buenos Aires debió verse vacía, controlada, solitaria.  Nada de ruido ni gentío, el silencio era el eje de hierro de la vida  diaria, por más que muchos millones de argentinos lo negaran o  pretendieran acostumbrarse. El año anterior, luego del violento golpe de  estado, él y un pequeño grupo de periodistas y militantes habían creado  ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina). Sin descanso, informaban sobre  lo que nadie quería informar: las atrocidades cometidas por la  dictadura. Los periódicos de la época recibían esos cables. Jamás los  publicaron. Por miedo incluso a veces ni los leían, aunque en algunos  medios extranjeros llegaron a divulgarse.
Su carta, esta vez, iba  firmada. Con su nombre y número de documento. Entre tanta censura y  omisión, decidió que firmar y hacerse responsable de su texto era más  necesario que nunca. Es inútil mencionar que se jugaba la vida.
Llegó  a la esquina donde debía verse con un compañero de la organización  guerrillera. Algo estaba mal, quizá haya visto demasiado movimiento o  demasiado poco. No tardó en advertir que la cita estaba cantada, lo que  significaba que su compañero había sido apresado y bajo tortura confesó  donde iban a encontrarse. Uno de los represores del grupo de tareas del  ejército tenía la orden de taclearlo (era ex rugbier) y capturarlo vivo.  El militar no pudo taclearlo, y Rodolfo Walsh sacó su pistola, no tanto  para matar sino para impedir que lo capturaran. Lo había dicho él mismo  en un escrito meses atrás: ser capturado vivo significaba torturas  indefinidas, delación, humillación.
Encargado de logística, jefe  de información de la organización guerrillera, el escritor y periodista  era uno de los objetivos más buscados (¿odiado, temido?) por los  cabecillas de la dictadura. Walsh disparó su pistola y enseguida varias  ráfagas de ametralladora cayeron sobre él. No se sabe si llegó vivo al  siniestro centro de detención clandestino de la ESMA (Escuela de  Mecánica de la Armada) o si murió en el tiroteo, lo cierto es que no  sobrevivió a ese día. Al final no pudieron sacarle nada, sin contar con  que antes de acudir a la cita-trampa ya había depositado en un buzón su  hoy célebre “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, dirigida a  los principales medios periodísticos. En ella analizaba con  impresionante lucidez, anticipándose a toda investigación realizada  posteriormente en democracia, los horrores que estaba viviendo la nación  argentina; exponía sus infamias, su rendición al capital financiero, su  deliberada entrega del estado a manos privadas, la censura, el control  ideológico, el asesinato, todo estaba ahí.
La carta no fue publicada en su momento. Hoy es un documento histórico y literario.
Walsh,  escritor vivo, hizo de la palabra literatura y denuncia, periodismo y  poesía. Sus ideas, ideales, se siguen expresando porque están vivos y  fueron dichos en voz alta. No sólo son el reflejo de un momento  histórico sino de una ética personal, de un admirable estado de  conciencia.
Fuente original: http://impreso.milenio.com/node/8929363
 
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