miércoles, 29 de agosto de 2012

México: juventudes lanzadas al vacío


Juan Pablo Proal
Proceso
“Cada hora de tiempo perdido en la juventud es una posibilidad más de desgracia en la adultez”: Napoleón Bonaparte.
Fuente: Proceso
En México los jóvenes no tienen derecho al bienestar. El sistema educativo carece de espacios para ellos: los trata como a un mendigo en un crucero. Cursar una carrera se ha convertido en un lujo que sólo un puñado puede darse.

En el periodo de admisión de 2012, tan sólo la UNAM tuvo que rechazar al 90 por ciento de los aspirantes, un aproximado de 60 mil jóvenes. Muchos de ellos insisten año con año en ingresar a alguna universidad pública, en un peregrinar encomendado a la fe.

A continuación presento cuatro historias de rechazo de los miles de relatos desoladores que padecen las familias mexicanas.

Jannete Martínez Galindo.
Valle de Chalco, Estado de México, 1985.
En 2004 presenta el examen de admisión para ingresar a la carrera de Pedagogía, en la UNAM. Le faltan quince aciertos para ser aceptada. Miembro de una familia de siete integrantes, se ve obligada a buscar trabajo. La aceptan en una sucursal de la tienda departamental Sears, en el área de ventas. Trabaja de las nueve de la mañana a las diez de la noche con un día de descanso entre semana. En los pocos ratos libres que tiene, estudia por su cuenta. Dos años y medio después aplica nuevamente para la misma carrera y por segunda ocasión la rechazan:
“Me empiezo a dar cuenta que mis compañeros de trabajo son profesionistas, yo tenía un compañero ingeniero industrial, otra abogada, una tenía una maestría y desempeñaban el mismo cargo que yo, al final veo que tener una licenciatura no te garantiza un trabajo”.
En enero pasado intenta ser parte de la UNAM por tercera ocasión, esta vez para Historia. Tampoco tiene éxito. Lleva sus papeles a la Escuela Nacional de Antropología e Historia, no la aceptan. Finalmente, en mayo pasado, ocho años después de concluir la preparatoria, le avisan que fue admitida en la Universidad Pedagógica Nacional.

José Ignacio Valencia Robles.
La Perla, Estado de México, 1988.
Cuando cumple tres años de edad, su papá avisa a la familia que migrará a Los Ángeles, Estados Unidos. Jamás regresa. Su madre termina por educar y mantenerlos a él y su hermana, cuatro años mayor. En 2006 presenta el examen de admisión para estudiar Derecho en la UNAM. Lo rechazan. En 2009 concursa para Ciencias de la Comunicación en Ciudad Universitaria, tampoco lo aceptan. Ese año intenta ser incluido en esa misma carrera, pero en la Facultad de Estudios Superiores Aragón. También le cierran las puertas. Insiste dos veces más, obtiene los mismos resultados. Entra a trabajar a una farmacia como asalariado y, a la par, se suma al Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educación Superior. Gracias a su participación social, consigue una beca. Actualmente estudia Comunicación en la Universidad Insurgentes.

Cintia Guadalupe Rodríguez Valle.
Distrito Federal, 1991.
En 2009 presenta dos exámenes para estudiar administración en la UNAM. No ingresa. Para ayudarle a su madre, comerciante, comienza a deshebrar pantalones de mezclilla a cambio de cincuenta centavos por pieza. En promedio, gana 250 pesos semanales por terminar 500 prendas.
En 2010 hace un intento para entrar a la máxima casa de estudios y otro a la Universidad Autónoma Metropolitana. No tiene éxito. De 2009 a 2012 aplica para seis exámenes, no entra a escuela alguna. En abril pasado consigue salir sorteada en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Actualmente estudia Comunicación y trabaja tres días a la semana como capturista a cambio de trescientos pesos, mismos que le alcanzan para pagar los pasajes del transporte público.

José Luis Morones Cruz.
Chimalhuacán, Estado de México 1986.
Su padre es taxista y su madre atiende un negocio en un mercado. Debido a los bajos ingresos de ambos, es imposible imaginar que le puedan pagar una escuela privada a él y a sus dos hermanos. Presenta exámenes para la UNAM y la UAM: no lo aceptan.
Ingresa al sorteo de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, no entra en la primera ronda, pero, gracias al sistema de esta casa de estudios, obtiene un lugar para el periodo siguiente. En el ínterin, comienza a estudiar cursos de cine documental y periodismo en el Faro de Oriente.
Ha filmado siete obras, algunas han sido presentadas en la Cineteca Nacional, en el festival DocsDF y una muy pronto en Europa. Dejó los estudios: los considera una pérdida de tiempo.
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Estas cuatro historias tienen un punto en común: el Faro de Oriente. En los largos periodos en que presentaban sus exámenes de admisión, ellos fueron acogidos por este espacio cultural ubicado en la calzada Ignacio Zaragoza, entre los metros Acatitla y Peñón Viejo. Este foro se dedica a ofrecer talleres de formación artística y artesanal a la clase popular. Los jóvenes llegan con la seguridad por los suelos, sintiéndose fracasados. Ahí les dan fuerza para creer en ellos.
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México arroja a sus jóvenes al vacío. La mayoría no tiene más opción que las universidades públicas. Muchos estudian por años, presentan exámenes de escuela en escuela y en toda les cierran las puertas en su cara.
El mundo laboral es igual de desolador. Empleos mecánicos, rutinarios y con nulos retos intelectuales a cambio de míseros pagos. De acuerdo con el INEGI, hasta junio de 2012 el 34.6 por ciento de la población con secundaria estaba subocupada; según la misma fuente, el promedio del salario diario del país es de 263.7 pesos.
Estas son las oportunidades que el país ofrece a sus jóvenes. No hay derecho a estudiar, tampoco a un empleo decente ni mucho menos a una vida medianamente digna. Como en la selva, sólo sobrevive el más apto.
Twitter: @juanpabloproal

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