miércoles, 8 de diciembre de 2010

Una década de fábricas recuperadas: Reinventar la vida desde el trabajo

Una década de fábricas recuperadas: Reinventar la vida desde el trabajo     

Raúl Zibechi  


Cuando una experiencia social supera los diez años, parece traspasar el umbral de la sobrevivencia para adentrarse en el sueño de cambiar el mundo. Las fábricas recuperadas pro sus trabajadores muestran que aún es realizable el sueño de crear un mundo sin patrones.

Una parte de los movimientos de trabajadores no se limitan a la defensa del empleo y al incremento de los salarios, o sea del consumo, sino que pretenden ir más allá y buscan, sea por convencimiento o por necesidad, trascender el lugar de subordinación que se les ha asignado en la sociedad. La aparición de varios trabajos sobre el movimiento de las empresas recuperadas es una buena oportunidad para actualizar datos y poner sobre la mesa algunos de los debates más importantes que están promoviendo.

Veamos en primer lugar los datos. En Uruguay son veinte las empresas recuperadas que ocupan unos mil trabajadores, dos tercios de ellos varones. Casi todas comenzaron durante la última crisis, a partir de 1997, con un pico entre 2001 y 2002. Predominan las pequeñas empresas, aunque varias superan el medio centenar de trabajadores: la fabrica de neumáticos Funsa tiene 226 empleados, siendo la mayor empresa recuperada uruguaya.

Sólo seis están radicadas en el interior y la modalidad predominante que llevó a la recuperación fue la quiebra. Hay empresas de limpieza, textiles, alimenticias, de electricidad, cuero, plásticos, imprenta y fundición. La inmensa mayoría son cooperativas aunque hay varias sociedades anónimas. Diecinueve forman parte de la Asociación Nacional de Empresas Recuperadas por sus Trabajadores (ANERT), diez pertenecen a la Federación de Cooperativas y ocho se agrupan en sindicatos de base afiliados a la central de trabajadores PIT-CNT.[1]

En Argentina, el último estudio difundido a mediados de octubre de 2010, revela un crecimiento constante: en 2003 eran 128 fábricas recuperadas, pasaron a 161 en 2004 con 6.900 trabajadores y hoy son ya 205 que emplean 9.362 personas. De ellas, el 63% cuentan con decretos o leyes de expropiación a su favor. El 73% de los trabajadores recurrieron a la ocupación de la planta con un promedio de 150 días desde el comienzo del conflicto hasta el inicio de la producción. El 80% contaron con ayuda de otras fábricas. El 90 por ciento lograron sobrevivir.[2]

Andrés Ruggieri, director del programa Facultad Abierta sintetizó: “Es la primera vez en la historia de los trabajadores bajo el sistema capitalista que un número tan importante y disímil de empresas se desarrollan en autogestión y logran mantenerse a lo largo de un período tan prolongado”.[3] En mayo de 1968, cuando se populariza la idea de autogestión, “la experiencia no duró más de un mes”, se entusiasma Ruggieri.



Hacia una nueva etapa

“En Uruguay la mayoría de las recuperadas nacieron ligadas a los sindicatos”, reflexionó Ariel Soto, de Profuncoop (cooperativa eléctrica), durante la presentación del libro “Gestión Obrera” en Montevideo. “La acción de los trabajadores uruguayos en las cooperativas o empresas recuperadas se basa en el quiebre del modelo de los años 90. Por eso tenemos que empezar a discutir qué modelo productivo debemos impulsar”. Casi todas las recuperadas, insistió Soto, suman valor agregado por lo que pueden aportar a la construcción de un modelo alternativo.

Su experiencia personal muestra una trayectoria típicamente uruguaya. Trabajaba en un pequeño taller que vendía cajas de conexión a la empresa estatal de electricidad. Cuando la empresa cierra durante la crisis de 2002, cuatro trabajadores ligados al sindicato metalúrgico se mantienen activos y se suman a un llamado del municipio de la zona para sumarse a un proyecto con apoyo del sindicato, la alcaldía de Montevideo y la Universidad de Trabajo (técnica).

Luego de largos debates conforman una cooperativa para venderle luminarias a la alcaldía que invierte en acondicionar un edificio y les facilita los primeros pasos. Consideran la presencia del Estado como elemento central para mantener el emprendimiento a flote. Con los años, los trabajadores de estas empresas fueron capaces de crear un espacio organizativo que los agrupa, como la Asociación Nacional de Empresas Recuperadas por sus Trabajadores (ANERT), lo que representa un parteaguas respecto a las iniciativas aisladas del pasado.

En Argentina el rol del Estado aparece como más complejo y es contestado por una parte de las recuperadas. El 85% han recibido o reciben subsidios a través del Ministerio de Trabajo que creó el Programa Trabajo Autogestionado. Un gran problema es que aunque el Estado ha expropiado las empresas a favor de los trabajadores, no tienen la propiedad de los edificios y las máquinas, lo que les impide acceder al crédito y a planes de promoción de pequeñas y medianas empresas.[4]

Pese a las dificultades, mantienen en pie el espíritu con el que se crearon. El 88% de las empresas recuperadas argentinas realizan asambleas regulares, el 44% una vez por semana y otro 35% por lo menos una vez al mes. En tanto en el 73% todos los trabajadores reciben el mismo ingreso, más allá del tipo de trabajo que realizan. El 35% de las fábricas albergan eventos culturales y actividades educativas, el 30% hacen donaciones a la comunidad y el 24% colaboran con organizaciones barriales.[5]

Poder y trabajo

La reflexión sobre las relaciones de poder al interior de las empresas recuperas en una constante en todos los trabajos y debates. En Uruguay se estudiaron dos empresas muy diferentes: una con larga tradición sindical y con más de 200 trabajadores, la otra con apenas dos decenas de trabajadores de la bebida. En ambas se constata la coexistencia de la forma clásica taylorista-fordista de organización del trabajo con elementos nuevos que fueron apareciendo en el momento de poner en marcha la producción.

Entre las novedades aparece un manejo diferente del espacio que se resume en que “durante el horario de producción ocurrían varias reuniones de trabajo informales, en diversos lugares de la planta (pasillos, corredores, calles internas, oficinas de producción, etc.), no atadas necesariamente a los puestos de trabajo”. Lo interesante es que esos intercambios, informales, autoorganizados, empiezan a formar parte de la producción cotidiana “lo cual sin duda implica una ruptura importante con su pasado”.[6]

Esta realidad contrasta con una práctica como la revisión obligatoria de bolsos “sin excepción”, como reza un cartel en una empresa, que denuncia continuidades. Del mismo modo, la tarea de ordenar el trabajo tiende a ser delegada en “otro” que asume la responsabilidad y se convierte en autoridad construida, aunque de forma colectiva, pero no necesariamente conciente. La apuesta por un proyecto colectivo supone la construcción de un sujeto capaz de asumir la dimensión política (las asambleas) y a la vez la productiva y técnica (de carácter más individual).

Así y todo, la investigación constata la tendencia “a reproducir la supeditación de la tarea netamente productiva a la tarea política/técnica”, que se produce en el mismo pequeño espacio en que se observa “cierta reproducción de la distinción entre quién toma la decisión y quién la ejecuta”. Prácticas que revelan que los cortes entre pasado y futuro, son mucho menos evidentes que los deseos de los actores.[7]

Lo cierto es que la experiencia viva y concreta de trabajar en una empresa autogestionada no es ninguna panacea y genera dudas, temores e incertidumbres entre los protagonistas. Alguna de las dudas que surgen es la que sintetiza una de las investigaciones: “Quizá muchos también añoran en silencio los días que otros les decían lo que debían hacer sin tener que poner ellos tanta subjetividad, deseo y creatividad en juego”.[8] Alguien dijo que la emancipación no es una avenida en línea recta o, lo que es lo mismo, que la emancipación presupone revoluciones culturales que no se construyen en dos semanas.

Uno de los problemas, de hondo significado cultural, aparece en el estudio sobre Argentina y se refiere al problema de la necesidad de muchas cooperativas de contratar nuevo personal para aumentar la producción. Al ser cooperativas, todo el personal que se incorpore deberían hacerlo en calidad de socios con los mismos derechos y obligaciones que los que ya están en la fábrica, con un período de prueba de seis meses. En la realidad, un 46% de las cooperativas tienen trabajadores que no son socios, sino contratados.

El problema tiene una doble vertiente: por un lado, los vaivenes del mercado; por otro, es un problema de su identidad como cooperativistas. “Si en épocas de crecimiento piensan en ampliar el número de trabajadores, cuando sus ventas decaen o su mercado se achica no pueden aplicar la clásica receta de los privados y despedir gente. Les queda el recurso de que cada socio se lleve menos dinero a su casa a fin de mes, pero esto pone en crisis a la cooperativa”.[9]

El segundo debate se relaciona también con lo económico y afecta a los principios. El 33% de las recuperadas trabaja exclusivamente para clientes que les brindan materias primas y les pagan sólo por el trabajo. En cierto momento esta modalidad contribuyó a sacar adelante la empresa, pero la rentabilidad es muy baja y en realidad se trabaja para “un patrón externo”, como dice el informe.[10] Son las contradicciones propias de cualquier cooperativa en una sociedad capitalista que, probablemente, no tienen solución a corto plazo.

Pese a todo también hay datos alentadores: el 13% tiene como clientes a otras empresas recuperadas y sólo el 8% le vende su producción al Estado.

Universidad en la fábrica

Una de las señas que distinguen y diferencian al movimiento de fábricas recuperadas de Argentina, en sus más diversas corrientes, es su vocación de ir más allá de los muros de la empresa, estableciendo sólidas relaciones con los barrios y los movimientos sociales. Primero fueron las actividades culturales en las que se abrían los portones para que grupos musicales y artísticos realizaran allí sus actuaciones. Luego se instalaron los bachilleratos populares que representan un salto de calidad por tratarse de actividades permanentes y por abordar la educación desde la óptica de los trabajadores.[11]

La fábrica de aluminio Industria Metalúrgica y Plástica Argentina, IMPA, fue la primera empresa recuperada del país en mayo de 1998. Doce años después sigue abriendo caminos y mostrando una increíble capacidad de innovación. En esa fecha un grupo de trabajadores reactivó una empresa histórica que estaba casi paralizada y de ese modo pudieron mantener su fuente laboral.

Pero además del trabajo se empeñaron en establecer vínculos sólidos con el barrio y la comunidad. Así decidieron crear La Fábrica Ciudad Cultural, con talleres de danza, música, teatro, murga y yoga, además de un centro de salud. Allí comenzó a funcionar uno de los primeros bachilleratos populares para adultos al que ya concurren más de 150 estudiantes. Para tener una idea de la importancia que conceden al centro cultural, valen estas cifras: en la fábrica IMPA trabajan 58 personas, en el centro cultural son 30 y en el bachillerato 43.[12]

En agosto de 2009 atravesaron un duro conflicto por la posibilidad de que la justicia decidiera el desalojo de la fábrica. En medio de la tensión, fue germinando una nueva idea, mucho más ambiciosa y audaz que todo lo que habían hecho: la Universidad de los Trabajadores. “Es una necesidad histórica”, dice Eduardo Murúa, referente de IMPA. “Siempre el movimiento obrero, desde los anarquistas, quiso construir herramientas de educación popular. Nosotros no inventamos nada, somos el reflejo de esa continuidad”.[13]

Se sienten los fundadores pero no los dueños de la Universidad, por eso convocaron decenas de grupos para la inauguración, el 30 de junio, a la que asistieron 500 personas. Vicente Zito Lema, escritor, psicólogo y poeta quien fue nombrado “rector” y fue el primer rector de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, sostiene que pese a las carencias materiales “todo lo que se construye con pasión sale bien”. Se proponen formar especialistas en comunicación porque “los trabajadores ya no son noticia y esa desaparición es una forma más de extinguirlos”.

Su propuesta es no copiar el modelo de las universidades estatales. Desconfía del Estado ya que “por más progresista que sea, el Estado siempre mira al mundo desde un orden, desde un poder. En cambio los trabajadores tienen otra forma de ver las cosas. Uno ve el mundo desde donde está parado”.[14] Como no tienen sillas, organizaron una fiesta musical, de teatro y poesía en la que cada entrada será un silla.

Una síntesis de la complejidad del mundo de las fábricas recuperadas, fue lo sucedido en el acto de inauguración: se escuchó el Himno Nacional argentino, la Internacional y la Marcha Peronista. Una realidad que desafía cualquier dogma y obliga, al que pretenda participar o mantener algún vínculo, a tener los sentidos bien abiertos y la mente despejada de preconceptos.

Las empresas recuperadas no sólo se han mantenido durante una larga y difícil década, sino que “se han convertido en una opción que los trabajadores reconocen como válida antes que resignarse al cierre de empresas”, como señala Ruggieri.[15] Una primera conclusión consiste en reconocer que la recuperación y la gestión colectiva de empresas se ha convertido en una herramienta más de lucha y resistencia de los trabajadores, que tendrá enorme importancia en este período de crisis económica.

En segundo lugar, las fábricas recuperadas son espacios de innovación y creación cultural. No es una cuestión menor ni un complemento de la producción. Por el contrario, es el aspecto más importante que debemos resolver quienes deseamos un mundo nuevo: crear una cultura política y de trabajo diferente a la actual, individualista, que sólo piensa en la ganancia, el consumismo y la acumulación de riqueza. El cambio cultural, que lento y complejo, es el que puede construir los cimientos de ese otro mundo posible.

Raúl Zibechi es analista internacional del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor a varios grupos sociales. Escribe cada mes para el Programa de las Américas (www.cipamericas.org/es).

Redación: Laura Carlsen

Notas:

[1] Anabel Rieiro, “Sujetos colectivos y recuperación del trabajo en un contexto de reificación”, en Gestión obrera, ob. cit. pp. 161-188.
[2] “Tercer relevamiento de Empresas Recuperadas”, en www.recuperadasdoc.com.ar/
[3] Esteban Magnani, ob. cit.
[4] Laura Vales ob. cit.
[5] “Tercer relevamiento de Empresas Recuperadas”, en www.recuperadasdoc.com.ar/
[6] Flavio Carreto, “La cuestión de la autoridad y el poder en las unidades productivas recuperadas por sus trabajadores”, en 7. Gestión obrera, ob. cit. p. 126.
[7] Idem p. 132.
[8] Leticia Pérez, “Las fábricas recuperadas”, en Gestión obrera, ob. cit. p. 236.
[10] Laura Vales, ob. cit.
[11] “Tercer relevamiento de Empresas Recuperadas”, en www.recuperadasdoc.com.ar/
[12] Ver Raúl Zibechi, “Bachilleratos populares en Argentina: Aprender en movimiento”, CIP Americas, diciembre 2009.
[13] “Una fábrica de ideas”, periódico MU.
[14] Idem.
[15] Idem.
[16] Esteban Magnani, ob. cit.

Recursos

Esteban Magnani “Autogestión”, Página 12, Buenos Aires, 24 de octubre de 2010.

Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Programa Facultad Abierta, “Tercer relevamiento de Empresas Recuperadas”, octubre de 2010, en www.recuperadasdoc.com.ar/

“Gestión obrera: del fragmento a la acción colectiva”, Nordan-Extensión Universitaria, Montevideo, 2010.

Laura Vales, “Nacidas de la crisis, lograron afianzarse”, Página 12, 12 de octubre de 2010.

Lavaca: “Para qué sirve el Encuentro Nacional de Mujeres III: la mirada de las obreras de Zanon”, 5 de octubre de 2010, www.lavaca.org

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