jueves, 23 de diciembre de 2010

Marisela Escobedo Ortiz

Marisela Escobedo Ortiz: 


Había puesto mi pluma fuente en reposo. Había terminado el boceto de mi artículo dominical. Había reseñado las líneas que a mí juicio definen la reestructuración palaciega del PRI decidida por Cesar Duarte a favor de un cenecista urbano cuyo nombre ya olvide. Quería decirle a Chihuahua que este partido es una dependencia más del decadente aparato gubernamental, que es un remedo del viejo partido de estado, que lesionaba en el corazón al régimen de partidos, medula de un sistema democrático que se precie de tal.

En eso suena mi teléfono móvil y me llega la noticia del homicidio de Marisela Escobedo Ortiz. La mamá de Rubí. Un sicario, ahora prófugo y en busca de cueva segura para la impunidad de un troglodita, la había matado a mansalva, aprovechando la nocturnidad, con todas las ventajas que tiene un criminal frente a una victima inerme. Ella reclamaba justicia para su hija asesinada y encontró la muerte a unos cuantos centímetros de la puerta principal del palacio de gobierno, morada de un gobernador que concentra ya el desprecio de Chihuahua por demagogo, por cómplice de una guerra, por sus engaños, por sus falacias, por que malos la gran parte de los gobiernos que hemos tenido, ninguno tan mal en las goteras de su inauguración.

Confieso que con el dolor que me provocó el crimen, destroce mi boceto inicial.

Todo me dolió. En ese momento se concentró mi indignación de testigo permanente de una violencia que no cesa y a todos nos amenaza, especialmente a la república y su gente. Cómo admitir que alguien que clama justicia por el homicidio de su hija encuentre la muerte, como la encontró impiamente la señora Marisela Escobedo Ortiz.

Todo me dolió: el cráneo, el radio, la tibia, las costillas, las orejas, las clavículas, la mandíbula, los dientes, el cerebro, el hueso de la risa, los pies, los muslos, los ojos, todos mis órganos, el pelo. Fue un dolor tan fuerte que ni siquiera lo produjo el más mínimo conocimiento de la victima, por que me revelo que la victima de esta violencia somos todos y especialmente los vulnerados por este sistema depredador: las mujeres, sus hijas.

Se trata de un homicidio emblemático. De un homicidio contra una madre que reclamaba justicia para su hija, que había tenido que realizar ella la indagatoria, que le había dicho al gobierno donde estaba el homicida. Marisela erogaba gran esfuerzo, era una Antígona doliente encarando al poder despótico. Emblemático por que sucede a las puertas del palacio de gobierno, por cuya parte trasera acostumbra entrar Cesar Duarte rodeado de una nube de policías y militares fuertemente armados. El se da ese privilegio, mientras el resto tenemos que andar toreando la violencia al hollar el umbral de las puertas de nuestras casas. Bien sabía quien definió los privilegios como una canongía para unos cuantos y un desaliento para todos los demás. Bien lo sabía.

El emblema llamado Marisela Escobedo Ortiz me hizo recordar la poesía de Vallejo, el gran peruano que nos legó Los Heraldos Negros, que con el apoyo de unos cuantos compañeros y compañeras fijamos a las puertas del palacio de Duarte, un hombre con ínfulas de emperador.

Chihuahua esta de luto, Chihuahua tiene esta pena. No debemos permitir que en nuestros corazones se pudra ese luto y esa pena. Tenemos que salir a la calle, como insurgentes. Este sistema con Calderón y Duarte a la cabeza significan el colapso y el agusanamiento de las instituciones. Es hora de la resistencia, de la rebelión, de demostrar que no los obedecemos por que no son nuestros representantes. Recuperemos nuestra soberanía para regenerar la república y así regenerar a Chihuahua.

Le preguntó a Cesar Duarte, siguiendo un Pensamiento Despeinado: ¿hasta cuántos cadáveres está permitido equivocarse? Este si que es un problema más que jurídico para un gobierno colapsado.

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