MÉXICO, D.F., 14 de diciembre.- Camina lado a lado del asesino de su hijo. Ella en un saco corto de cuadros azul y blancos, estilo Chanel, él con el pelo largo, el rostro duro. Caminan por los corredores de tierra en los Canales de Cuemanco. Rodeados de policías. “Me da rabia”. Cuenta luego ella. “Me da rabia ver cómo él está vivo, cómo respira, cómo los ojos se le mueven, y mi hijo Hugo no está”.
Están caminando para que el asesino, uno de los seis que secuestraron y asesinaron a Hugo Wallace hace cinco años, reconozca el sitio donde él personalmente tiró el cuerpo. Más bien los dos sitios donde tiró las dos bolsas de plástico negro, las dos bolsas de basura, que contenían el cuerpo cercenado con una sierra eléctrica.
Las minucias del horror.
¡Qué admirable mujer!: tuit en referencia a Isabel Wallace. ¡Qué entereza de mujer!: otro tuit. ¡Todos debíamos ser como Isabel Wallace!: un tercer tuit. Y un cuarto tuit: ¡Pero no lo somos!
¿Todos debíamos ser como Isabel Wallace? Maldito el país que fuerza a sus ciudadanos al heroísmo.
Que Hugo Wallace haya sido secuestrado en primer lugar, que la policía no haya dado con él y sus captores durante las primeras horas, a pesar que Isabel Wallace les indicó el sitio donde probablemente estaba capturado y les mostró una fotografía de los posibles secuestradores, ambos datos que años después se probaron ciertos: esa es la desgracia social que da el contexto para que Isabel Wallace haya tenido que ser una heroína.
¿Fue la policía negligente o estaba coludida con los secuestradores? Probablemente lo segundo. Lo cierto es que la cabeza de la banda de secuestradores era un expolicía, César Freyre, con amigos en la policía.
“¿Es verdad que de cada dos policías uno está coludido con el crimen?” Se lo pregunto a Eduardo Gallo, presidente de México Unido contra la Delincuencia. “N´ombre, de cada dos policías 1.98% está coludido con el crimen”. Gallo explica más. Es casi imposible ser un policía honesto hoy día en México. Si un policía no coopera con el crimen, recibe un balazo.
“Y a todo esto, ¿cuánta gente se dedica al negocio del secuestro?” Gallo replica: “Alrededor de cien mil”. Y otra vez explica más. Es toda una cultura el secuestro. Son familias que trabajan juntas: madre, padre, hijos, cuñados, todos cooperan. Aún su religiosidad católica está involucrada. Piden a la Virgen porque resulte el secuestro. Ahora el culto a la Santa Muerte completa el círculo de adoración a la violencia.
Es en ese contexto, con una policía coludida con un subsector criminal de la sociedad, es que Isabel Wallace tuvo hace cinco años que decidirse a ser heroica. Puso a un lado sus ocupaciones profesionales, se dedicó de tiempo completo a buscar a los secuestradores de Hugo y a Hugo, que creyó vivo largo tiempo. Uno tras otro los localizó. Luego de localizar a cada uno, tuvo que presionar a la fuerza pública para que los capturara. Luego tuvo que vigilar al Ministerio Público y a los jueces, como si se trataran de otros criminales, para que el Estado no realizara su farsa usual y trabajara contra la Justicia, que es como en realidad trabaja la mayor parte de las veces.
“¿Cuántas de las denuncias llevan al encierro de un criminal?” Se lo pregunto a María Elena Morera, presidenta de Ciudadanos por una Causa en Común. “En primer lugar, el 80% de los crímenes no son denunciados. Del 20% que sí son denunciados, sólo el 2% de las denuncias llevan al encierro del criminal.”
Celebramos el heroísmo de Isabel Wallace, pero instintivamente su historia nos aterra. Ilustra cómo los civiles vivimos rodeados de enemigos embozados, enemigos oficiales y no oficiales. Y encima, cómo vivimos confundidos por la retórica pública del Estado, que anuncia por radio y televisión que el Estado funciona cada día mejor. Que el Estado está desde hace cuatro años en guerra contra el crimen. Que el Estado está de nuestro lado.
“Oye Eduardo Gallo, ¿y qué pasó con el Acuerdo Nacional para la Seguridad? ¿Qué pasó con todos esos hombres y mujeres de poder que hace dos años firmaron ante las cámaras de televisión su compromiso para erradicar el crimen? Desde el presidente Calderón hasta los gobernadores, pasando por los principales líderes sindicales, desfilaron para firmar el acuerdo”. Eduardo Gallo se embronca al contestar: “Nada, nada. Falsean las cifras. Solo les importa que parezca que algo han hecho”. Pero de acuerdo a los indicadores que el mismo Acuerdo Nacional impuso, en materia de mejora de la seguridad, cada estado de la República reprobó este año. “Oye Gallo, ¿son mentirosos o incompetentes?” “Son mentirosos e incompetentes.” La misma Isabel Wallace lo resume en una frase: “Son unos simuladores”.
Regresemos por un instante al inicio: son cien mil los secuestradores, ¿de verdad no puede el Estado mexicano contra ellos? Hay más gente en los gobiernos que secuestradores, pero por desgracia están ocupados en otras cosas. Por ejemplo, en ganar elecciones que les aseguren su permanencia en los gobiernos.
Le digo a María Elena Morera: “Tú te volviste activista social luego de que tu marido Pedro fue secuestrado. Eduardo Gallo se volvió activista luego de que su hija Paola fue secuestrada y asesinada. Sus historias son paralelas a las de Isabel Wallace. Una pregunta: ¿qué pasaría si todas las familias víctimas de un secuestro hubieran hecho lo mismo: se hubieran vuelto activas socialmente?” María Elena se sonríe ante la posibilidad. “Sería otro país, claro”.
Es tiempo de que la sociedad civil lo entienda. Si el cambio no viene de la Sociedad Civil, no vendrá de la clase política. Todos tendríamos que convertirnos, al menos parte del tiempo, en Isabel Wallace, en Eduardo Gallo, en María Elena Morera. Aunque cabe la pregunta: ¿entonces para qué queremos a la clase política que tenemos? ¿Para qué seguimos la farsa de entregarles a los políticos con nuestro voto los instrumentos de poder del Estado? ¿No tendríamos que suspender la farsa?
Suspender la farsa: ¿cómo puede la Sociedad Civil suspender la farsa? Hablemos de ello. Construyamos los mecanismos ya.
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