viernes, 9 de mayo de 2014

El Estado inmoral

El Estado inmoral
La guerra de exterminio contra los pueblos indígenas que ya denunciaban los zapatistas hace dos décadas no ocurría ni ocurre sólo en Chiapas, sino en múltiples frentes, tantos como pueblos haya. Esa guerra literal, a veces lenta, a veces acelerada, no se deja de atizar desde los poderes, especialmente el gubernamental, pero también las empresas de grandes avaricia y poderío. Como cada día sucede, no se ve. En territorios que nadie mira. Sólo aparecen en la tele cuando les cae alguna desgracia o los visita un presidente. O bajo algún pretexto folclórico. Antes los crucificaba el sistema con la promesa de desarrollo, ahora con la de seguridad. Siempre con el empobrecimiento explicable de los pueblos a los que tan cuantiosa inversión de apoyo se destina.
Todo se conecta. La sangría migratoria es efecto de la pobreza por ahogo y dominación, y luego la tierra queda mal protegida para mayor comodidad de empresas extractivas, monopolios agroindustriales y constructoras. Si los pueblos originarios se organizan para la resistencia, es labor de Estado hacerles la vida imposible. Se extiende hace muchos años en sus tierras la plaga de los narcos y la guerra que arrastran a donde llegan.

Foto: Enrique Carrasco
En las partes donde las gentes se organizan y saben expandir la lucha y la hacen regional, eficaz y liberadora. En las partes donde la población es la que gobierna, que siempre es preferible a que lo hagan los políticos de un gobierno que lo que planea es desaparecerlos. En esas partes del país donde la dignidad pone casa y se le abre a la justicia una puerta, donde la democracia se reinventa y el apego a la tierra es norma de la vida cada día. Allí, en esas partes precisamente, se desatan jaurías paramilitares, bandas de secuestro, sicariatos contra opositores, militarizaciones intensivas. Mismas partes bajo las que resulta que yacen oros de todo color y tipo, y que para abrirlas al cielo abierto hace falta despoblarlas.
Pero ah, los programas del gobierno. Que son para llevar bienestar y desarrollo. Que son apoyos. Que contra el hambre. Que para combatir “la dispersión”. Que para enseñarles los modales del integrado y el obediente. Que para fomentar lo que el sistema llama “democracia” para exclusividad de los partidos políticos, los cuales cumplen puntuales con su parte en el trato de abuso que se da a las comunidades. División, desintegración, desconfianza mutua es lo que cosechan éstas. Compra de firmas y conciencias, miedo y amenazas para desalentar la desobediencia civil, el debilitamiento de la organización independiente y las autonomías. La pérdida de territorios y ríos, el envenenamiento de suelos y manantiales. La mediocridad garantizada por la educación integracionista (escolar y televisiva). La simulación sanitaria y de obra pública. El uso indiscriminado de las creencias religiosas para enmascarar las trampas de la ideología y la propaganda.
Cada pieza desemboca en un mismo objetivo. El efecto buscado se dice en una sola palabra: exterminio.
Se trata de hacerles la resistencia dolorosa, la igualdad imposible, el despojo un hecho consumado, la solidaridad entre hermanos un fantasma de pesadilla. Pero a los pueblos —que saben vivir bien si los dejan, en ello les va la vida y no renuncian a ella—, el poder les puede seguir invirtiendo cheques, buldóceres y balas. Contra toda lógica (capitalista occidental) no se doblan y renacen siempre en Sonora y Campeche, Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Milpa Alta, Chiapas.
Cuánto esfuerzo, cuánta sangre y sacrificio cuesta a los pueblos existir con dignidad. ¿Se puede ser más inmoral que el Estado mexicano en su relación con los pueblos originarios?

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