Pablo González Casanova*
En la crisis que
vivimos se hace cada vez más necesario asociarse para defender los
derechos de los trabajadores, de los campesinos, de los pueblos indios,
de los empleados y, sobre todo, de las juventudes. Es necesario unirse
en torno a un proyecto de lucha por la soberanía nacional, por los
recursos nacionales y por los derechos sociales, culturales, políticos y
económicos que los gobiernos neoliberales les han ido conculcado y que
pretenden seguirles arrebatando, con un partido de Estado disfrazado de
varios partidos con distintos nombres y la misma política de
recolonización de México.
Estamos por sufrir un nuevo despojo del petróleo, que todavía es fuente de una proporción muy alta de los ingresos fiscales y que era el más preciado patrimonio nacional.
Estamos aumentando cada vez más la inmensa deuda pública, que un día nos van a cobrar los shylocks trasnacionales en condiciones peores que las de España, Italia o Grecia.
Nos seguimos endeudando, tanto en forma rápida y furiosa como lenta y calmada, pero abiertamente impune, todo para comprar armas y mercancías que, lejos de servir a la producción y el desarrollo, inflaman la destrucción y el genocidio nacional, y se usan para pagar las importaciones de maíz y petróleo, antes símbolo y fuerza de nuestra soberanía alimentaria y energética, y garantía, con el Ejército, de la seguridad nacional.
Estamos asignando cada vez menos recursos a la educación y a la investigación científica y humanística, como si el proyecto fuera hacer de México y de su juventud y su niñez un país tan miserable como los más miserables de la Tierra, fuente de explotación de una fuerza de trabajo descalificada, base de dominación de un país de hombres y mujeres perdidos en la ignorancia y en el basurero de desechos de la industria del norte.
Estamos viviendo la crisis de un sistema político y de una clase política que entre la ceguera, el oportunismo y la corrupción priva más y más a los ciudadanos, a los trabajadores y a los pueblos de México de los recursos legales necesarios para luchar y negociar. Y que ahora nos anuncia nuevas medidas por las que pretende privatizar y desnacionalizar aún más la riqueza del petróleo y arrebatar a los trabajadores los derechos que lograron tras una revolución en la que dieron la vida más de un millón de hombres y mujeres, de jóvenes, de niñas y de niños.
Y mientras esto ocurre, la desregulación de los trabajadores se da sin cesar, la depauperación de los campesinos hace que millones padezcan sed y hambre, y es creciente el asedio a los pueblos indios, en especial a los zapatistas, que tratan de construir uno de los proyectos autosostenibles más avanzados y democráticos de la tierra.
Al mismo tiempo las corporaciones mineras y agroindustriales
despojan a los habitantes de sus territorios y recursos, empleando
cuanto medio es necesario, incluido el terror que por todas partes
siembran junto con el megacomercio del narco y con el lavado de dinero de la gran banca de Georgia, de las Islas Caimán y de Wall Street.
Salir de los infiernos que las corporaciones construyen y en los que
muchos centroamericanos y mexicanos viven resulta cada vez más difícil,
pues a la gran muralla que el gobierno estadunidense levantó para
impedir un peligro por sus estrategas previsto, se añaden las matanzas y
desapariciones colectivas de braceros mexicanos y centroamericanos que
no alcanzan a llegar con vida a la frontera.
Muchos de estos y otros males afectan al conjunto de la nación. Corresponden a algo más que un
modelo de desarrollo: son resultado de la política neoliberal y globalizadora de las corporaciones y complejos que dominan el mundo, encabezados por Washington y Wall Street, hechos innegables y ampliamente comprobados, que están haciendo víctimas crecientes hasta en su propio país.
Reconocer la inaceptable realidad en que vivimos, y cobrar conciencia
de lo que signfica para nosotros y para nuestros descendientes el
futuro que les preparan, es tan necesario como formular un programa
mínimo de defensa de los derechos de los trabajadores, de los pueblos, y
de los ciudadanos que, uniéndose en torno a la lucha por recuperar y
consolidar la soberanía nacional, fortalezca al estado de derecho e
impida la criminalizacion de los trabajadores, de los ciudadanos y de
los pueblos que defienden sus legítimos derechos y su libertad.
Una nueva lucha por la independencia, una nueva lucha por la
democracia real de un pueblo en verdad soberano, tiene que articular a
los trabajadores industriales, agrícolas y de servicios, a los hombres,
mujeres, niños y niñas, a los asalariados y no asalariados, regulados y
desregulados, precarios, excluidos, desplazados. Tiene que articularlos a
todos ellos y proponerse practicar la comunicación, la información, el
diálogo y la acción concertada en una organización que junte las redes
de los colectivos presenciales y a distancia, y que abarque al conjunto
de la nación, vinculando a sus habitantes con los de América Latina y
con los del mundo para la lucha por la vida y la libertad. Esa gran
organización tendrá que cultivar una vigorosa moral de lucha y de
solidaridad, y una voluntad colectiva a la que caracterice la lucidez y
la firmeza para defender y decidir el futuro del México y del mundo que
queremos, y que podemos hacer… ¡que haremos! ¡y que sin duda ustedes
harán!
* Mensaje leído en la sexta Conferencia Sindical Nacional
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